Todo sistema social guarda en su núcleo los mecanismos que le permiten su continuidad, su reproducción, aunque esto no sea una copia, permita el mantenimiento de las posiciones relativas de los distintos sectores.
Con el capitalismo sucede lo mismo, existen dispositivos, aparentemente naturales, que permiten la trasmisión casi perfecta de los distintos tipos de capitales, tanto el económico (posesión de bienes materiales), como el cultural (la capacidad para manejar esos bienes materiales) como el social (posibilidades que otros hagan algo a nuestro favor, sin recibir nada a cambio).
Particularizando en el capital cultural, ¿Se reparte en forma equitativa en todos los sectores sociales?, ¿La escuela es un factor para la igualdad, o simplemente legitima las diferencias? Todos quisiéramos tener un importante capital cultural, pero, ¿Tienen idénticas oportunidades de adquirirlo?, ¿Llegan todos los alumnos a la escuela en un pie de igualdad? Al respecto Sam Redding en un documento para la Academia Internacional de Educación afirma:
Con una razonable certeza, podemos decir que mientras la clase social baja nos puede llevar a predecir estadísticamente un bajo rendimiento académico, las familias que proporcionan un ambiente estimulante y de apoyo, con riqueza lingüística, desafían los efectos de las circunstancias socioeconómicas. En otras palabras, un “currículum del hogar” alterable –donde se incluyen las relaciones familiares, las prácticas y los patrones de vida familiar— es un predictor más potente del aprendizaje académico que el estatus familiar. Los centros escolares pueden trabajar con las familias para mejorar el “currículum del hogar”, sea cual sea la situación económica familiar. Este es, por tanto, un mensaje de gran esperanza.
Partiendo del hecho comprobable que la condición social del alumno es un factor decisivo a la hora de establecer un rendimiento escolar, el párrafo no invalida la idea de la existencia de una escuela que reparte inequitativamente los saberes, sino que da un “mensaje de gran esperanza” contra alguna posición determinista que paraliza, que acepta como “natural” las diferencias. Señala además que la lucha por la obtención de bienes culturales existe.
Si esa lucha existe, ¿Es razonable delegar en la escuela todas las responsabilidades, depositando en ella un hijo/alumno?, ¿A partir de que momento es necesario prepararse?, ¿Es entonces la escuela un ámbito para competir?
En lo que respecta a la primer pregunta, la creencia de la existencia de una escuela omnipotente, que todo lo puede dejaría a nuestros hijos desarmados, por lo que debemos desde la más temprana edad iniciar su aprestamiento, no para que gane en la competencia escolar, sino para que junto con otros compañeros, pueda lograr los conocimientos, competencias y hábitos necesarios para desempeñarse con éxito en la difícil vida contemporánea.
Esa preparación que facilita la adaptación del niño a la vida escolar, tiene diversos factores, que están muy relacionados unos con otros. Uno de ellos es el liderazgo que debemos asumir los padres debe estar basado en reglas, las cuales no deben ser caprichosas y de cumplimiento obligatorio por todos los miembros de la familia.
Siguiendo con el párrafo de Redding, al referirse a un “ambiente estimulante y de apoyo” nos indica sobre el papel que la familia le asigna a la educación, y las expectativas que ella tiene.
Otro factor relacionado con la “riqueza lingüística” está vinculado con la lectura, y el rol que ella cumpla en el núcleo familiar, y las posibilidades de recibir los beneficios de la lectura está relacionado con la actitud frente a la televisión.
Ciertamente una persona educada al calor de la TV, con la “tiranía” de las imágenes y su permanente apelación a la sensibilidad, estará limitada en su capacidad de analizar críticamente la realidad, y de obtener aprendizajes por medio de la lectura.
Resumiendo, el desafío radica en determinar cómo debemos actuar desde la familia, para que nuestros hijos tengan mayores oportunidades de obtener las herramientas culturales que reparte la escuela, recordando siempre que es precisamente la familia, el elemento educador más importante.