Nos llama la atención noticias de tanta agresividad, conductas antisociales o hechos delictivos entre
jóvenes... ¿realmente la juventud de hoy día es así?, ¿se comportan nuestros hijos así?, ¿a qué se deben estas conductas? No les quepa duda que uno de los motivos fundamentales de que esto suceda, de que las noticias nos salpiquen la conciencia un día sí y otro también con acontecimientos de esta naturaleza es debido, ya digo, en parte, a la falta de valores en los jóvenes, en los adolescentes. Y si no es la falta de valores sí es debido a la valoración inadecuada de hechos, normas, conductas que considera la sociedad como básicas para su subsistencia.
Cuando hechos como los descritos anteriormente suceden, la sociedad se pregunta a qué se debe, qué podemos hacer, dónde y en qué falla el sistema, de quién es responsabilidad. Como partimos de la base de que una parte importante de ¿culpa?, la tiene la supuesta falta de valores en los más jóvenes (y por desgracia, cada vez más jóvenes en cantidad y en edad), consideramos necesario dedicar este artículo a cómo se puede fomentar una educación, aparición y respeto adecuados de los valores en los hijos. Qué pueden hacer los padres, de qué manera, cuándo...
Nos encontramos en una época de búsqueda de valores donde la EDUCACIÓN va a jugar un papel primordial. En todo momento, actividad, situación de la vida cotidiana hay que intentar y practicar el respeto de los principales valores de nuestra sociedad. Valores básicos para la vida y para la convivencia.
Una educación inspirada en un sistema de valores mínimos aceptables por todos y que emana del conocimiento y la riqueza de la convivencia y el pluralismo. Valores humanos que recogen la Carta de los Derechos Humanos y la Constitución: libertad, igualdad, justicia, solidaridad, tolerancia, respeto, ¡la VIDA!, responsabilidad, salud, paz, democracia, aceptación de las diferencias...Si no se provoca desde la educación, en todos los ámbitos, la aceptación de éstos valores, se puede potenciar el adormecimiento moral y el “pasotismo” de los jóvenes que tanto se critica.
No debemos olvidar que toda tarea educativa, sea en la familia o en el entorno escolar, y los procesos de transmisión del pensamiento, conlleva una carga de contenidos ideológicos y apreciaciones éticas aún de una forma no consciente y para evitar mensajes contradictorios la comunidad educativa tendrá que consensuar los valores a transmitir respetando la diversidad y la pluralidad.
Quizá vivimos en un mundo en el que los hijos, los jóvenes tienen de todo que consiguen fácilmente, sin ninguna contraprestación por su parte.
Al mismo tiempo encontramos unos padres muy solícitos a las peticiones de sus hijos; desean agradar a sus hijos y ganarse su afecto con materialismos que en gran parte de las ocasiones son absurdos e innecesarios.
Y decimos esto porque toda persona ante tal cantidad de artilugios y objetos materiales, llega a no valorar en su justa medida lo que tiene. Dispone de tal cantidad de objetos a los que prestar atención que le es imposible valorarlos todos y cuidarlos. ¿Qué le ocurría a nuestros abuelos con sus juguetes?, cuando tenían tan pocos, tan básicos; los recuerdan como algo entrañable que llegaban a amar. Esta situación la debemos generalizar a las personas, la convivencia y tantos valores humanos que han quedado relegados a un ¿segundo? plano.
Puede que hayamos llegado a una situación (no sé si es catastrofismo o no) de personas cuya conducta se rige por valores tales como me gusta-no me gusta, me apetece-no me apetece, me lo paso bien-no me lo paso bien. Afortunadamente no todos los jóvenes son así; y en caso de que consideremos que se caracterizan por esta forma de ser, es posible cambiar su actitud y posicionamiento. Cuanto antes nos lo planteemos más fácil será conseguir los objetivos esperados.
La falta de valores está asociada a un actitud de caprichos, de que aquí cualquier cosa vale para conseguir lo que deseo porque, total, para lo que sirve. Y una actitud caprichosa va asociada a un comportamiento perezoso. Desde casa se puede detectar enseguida la aparición de conductas caprichosas y perezosas que son la antesala de la falta de valores por los siguientes síntomas:
El joven siempre intenta salirse con la suya y se queja con frecuencia. Usa expresiones como: es una injusticia, no hay derecho, no es culpa mía...
El hijo sólo come algunas cosas que le gustan, y en ocasiones abusa de ellas. (Dejan "lo verde o lo rojo" no dejan el plato limpio...).
No tiene en cuenta las normas de convivencia y de educación.
No obedece si no es en última instancia, y con frecuencia por temor a males mayores.
No hace sus tareas escolares con esmero, incluso procura eludirlas. No usa adecuadamente su agenda escolar.
Ante sus cosas y las de los demás muestra descuido y desorden.
Suele ser impuntual tanto para empezar como para acabar. Al hacerlo así actúa de forma desconsiderada con los que le esperan. No tiene en cuenta a los demás, sino que su conducta se rige por la atracción que supone lo que esté haciendo o la repulsa que le suponga lo que va a hacer.
Estas conductas ¿por qué aparecen?, ¿a qué se deben? Si desde pequeños se les acostumbra a ser protegidos, se les evita problemas y se les colma de atenciones y bienes (porque para eso lo han pasado mal los padres), no ha de extrañarnos que desconozcan cualquier móvil de acción que no sea su propia complacencia.
Por eso, desde temprana edad, hay que inculcarles el VALOR DE RESISTIR, de perseverar ante cualquier dificultad, que sepan luchar para obtener algún objetivo y que no siempre se consigue lo que se pretende a la primera o con facilidad, por ejemplo el éxito en los estudios. Para lograr su madurez hay que permitir que vivan las experiencias desagradables que les depare la vida por azar o como consecuencia de sus actos. Pero nunca hay que dejar a los hijos demasiados solos. La actitud correcta de los padres ha de ser estimulante y consoladora cuando haga falta. Nunca ha de dejarse totalmente solos a los hijos cuando no tienen (en la mayoría de las ocasiones) la capacidad de predecir las consecuencias de sus actos.
Unido al valor de resistir, los padres también deben inculcar el VALOR DE EMPRENDER. Supone enseñarles a proponerse metas valiosas y a perseverar para alcanzarlas poniendo los medios necesarios.
Por eso es necesario, entre otras cosas mostrarles metas valiosas en función de valores personales, sociales y religiosos. Pero para mostrar es necesario explicar e ilustrar su valía con nuestro ejemplo. Los padres tienen que explicar y mostrarse como ejemplo coherente.
Y es que queramos o no nacemos en un mundo rodeado de personas como nosotros, nos influimos unos a otros, no podemos crecer y aprender aislados los unos de los otros.
Al individuo le influye tanto lo que hace él mismo como lo que hacen los demás, incluidos los padres. Y de eso se trata. De actuar, porque los valores existen en las acciones de los hombres, no en las palabras. Los valores no son inaccesibles o algo difícil de alcanzar y cumplir.
Aparecen en las acciones más cotidianas, en el día a día. La vida de los padres centrada en el esfuerzo, trabajo, constancia, disciplina, es un modelo. No hace falta preocuparse por transmitirla oralmente al niño. La conducta, por sí sola, educa.
Existen, por tanto, dos PASOS o pautas sencillas que hay que tener en cuenta para, primero cumplir, y después inculcar, con nuestro comportamiento, los valores en la sociedad en que nos toca vivir:
1. El primer paso para vivir los valores es TOMAR CONCIENCIA de ellos. Una sociedad basada en miembros que respetan los valores, es la forma para una convivencia más sana. Vivir en valores es mucho más que cumplir una serie de normas sociales y civiles que organizan la sociedad. Es un estilo de vida. Las normas establecen pautas de comportamiento necesarias para entendernos pero no hablan de la amabilidad, del respeto al otro, de la cordialidad, etc. Por eso, lo primero es ser conscientes de que los valores son vitales.
2. Cuando estamos convencidos de que los valores son importantes para la vida, es necesario reflexionar sobre CUÁLES SON FUNDAMENTALES PARA NOSOTROS, cuáles nos hacen ser mejores. Este nivel implica un proceso de reflexión interna en el que detallaremos, distinguiremos los valores que ya poseemos y los que debemos buscar.
Hay valores que deben considerarse básicos y obligatoriamente tenidos en cuenta en todos los ámbitos de la familia y educativos. Es la relación que anteriormente hemos citado.
A estos valores considerados mínimos y básicos cada comunidad educativa podrá añadir aquellos que considere necesarios para dar respuesta a los problemas que su propia realidad presenta. O quizás dedicar más esfuerzos a aquellos de los relacionados anteriormente que sean necesarios para hacer frente a problemas específicos que se hayan detectado y priorizado.
Pero para educar en valores contamos con 3 MODELOS de entender la educación que es necesario conocer para evaluar y reflexionar a qué modelo pertenecemos o qué modelo aplicamos y si realmente estamos de acuerdo con él o no:
Modelo reproductor. Fomentar el espíritu crítico no es un objetivo educativo. En este modelo nadie, ni los adultos ni los chicos, decide, o al menos se cuestionan, qué valores se deben transmitir; sencillamente se reproducen los valores establecidos.
Modelo "neutral". A veces ha surgido como reacción al anterior. Es el modelo que propone la ausencia de educación en valores. Los defensores de este modelo entienden que es imposible conjugar la doble finalidad de la educación: el desarrollo personal que supone enseñar a pensar por sí mismo, con la inserción social que supone transmisión de valores aceptados socialmente.
Modelo educador. Se trata de un nuevo modelo de educación que propugna un ambiente educador, también en valores. En toda relación niño-adulto se transmiten valores: los sistemas disciplinarios transmiten autoridad y respeto o autoritarismo. Las actividades pueden transmitir cooperación o competitividad. La evaluación puede fomentar la autocrítica y el esfuerzo personal, o por el contrario producir rechazo al sistema. Igualmente, el ambiente y clima generales de un centro son transmisores de valores.
Fuente
Escuela de Padres
MEC
Ministerio de Educación de España