lunes, 21 de octubre de 2013

¿Quién ayuda a ser adulto?


El esquema clásico entendía la familia como la agencia educativa principal. Pero esto fue válido para las sociedades estables y agrarias desde hace años ya no sirve. Hoy, hablar de la familia significa pensar en referencias plurales en el que aparecen tipologías familiares muy variadas. Esto generó nuevas maneras de educar, y nuevos obstáculos ¿Por qué las familias manifiestan tantas dificultades para atender a sus hijos? ¿Ha perdido vigencia el modelo autoritario? ¿Qué rol puede desempeñar la escuela en este marco?
 



Entre la familia y la escuela
La crianza de los pequeños y el acompañamiento de los jóvenes son funciones que los padres han realizado siempre y en todas partes. De manera deliberada o poco consciente, las familias se han preocupado de garantizar, a través de los hijos, la transmisión de valores, de costumbres, de pensamientos y de maneras de hacer.

La influencia familiar sirve a la función transmisora y renovadora del colectivo comunitario al conseguir que los hijos se conviertan en adultos capaces de incorporarse y sentir como propios los ideales, las creencias y los valores de la sociedad.

Éste es el esquema clásico que entendía la familia como la agencia educativa principal, núcleo básico e insustituible, en la configuración de tradiciones culturales. Pero la explicación que fue válida para las sociedades estables y agrarias desde hace años ya no sirve. Hoy, hablar de la familia significa situarnos en un marco de referencias plurales en el que aparecen tipologías familiares muy variadas.

Nuevas familias, nuevas formas de educar
Los cambios sociales han generado profundas transformaciones en el mundo actual. Probablemente, en la institución familiar es donde se pueden apreciar más los cambios que han incidido, con igual intensidad, en adultos y niños. En las últimas décadas, un conjunto de factores: corrientes migratorias, movilidad laboral, la sociedad de consumo, la incorporación masiva de las mujeres al mundo del trabajo, los cambios legislativos en relación a las uniones matrimoniales, más rupturas sentimentales de padres que tienen hijos y las posibilidades para reiniciar nuevas vidas, el aumento de adopciones internacionales, entre otras novedades, explican la aparición de nuevas tipologías familiares que inciden en la composición y en las relaciones de manera diversificada.

Por una parte, en la familia nuclear, se puede observar una tendencia clara a restringir lazos, influencias y afectos entre los miembros de la misma familia. Y, por otra, el aumento de las separaciones matrimoniales y reconstituciones familiares obligan a aprender a estar abiertos y a ser capaces de iniciar nuevos proyectos familiares, lo que puede implicar el establecimiento de nuevas relaciones de parentesco a lo largo de la infancia.

La familia jerarquizada, que fijaba reglas y normas y que formaba parte de una red familiar extensa de hermanos, cuñados, sobrinos y primos que tenían como referentes comunes la voz autorizada y los recuerdos de los mayores, tiende a desaparecer. Y con ella se pierde, desde la perspectiva sistémica, el rico conglomerado de relaciones que facilita tantos aprendizajes importantes para la vida.

A pesar de vivir en la sociedad de la información y del conocimiento, son frecuentes las opiniones de padres que tienen hijos pequeños y adolescentes que manifiestan desconcierto y desorientación a la hora de educar a sus hijos. Los modelos de crianza y educación, inspirados en las maneras de hacer de los propios padres ya no sirven. Para la gran mayoría de las familias actuales, es bien cierto que los consejos de sabios pediatras y las escuelas de padres —que durante unos años parecieron una ayuda eficaz— pueden resultar insuficientes.

Sin embargo, la naturaleza humana continúa teniendo necesidad de protección y atención en los primeros meses de vida, en los años infantiles y en la etapa de tránsito hacia la vida adulta. En este largo período, hoy más largo que en ninguna otra época, los padres saben que han de ejercer las responsabilidades que la sociedad les atribuye.

En casa, y no en otro lugar, se hacen los primeros aprendizajes vividos en el universo de las relaciones interpersonales. En casa, y no en otro lugar, se suceden las primeras situaciones de relaciones interpersonales que nos inician en el largo y difícil camino del autoconocimiento. Mediante las relaciones afectivas familiares se dan los primeros pasos en el aprendizaje y la gestión de todo el universo emocional. En casa, y no en otro lugar, se construye la base más sólida del equilibrio y de la estabilidad personal que nos caracteriza cuando somos adultos.

La familia biológica y las familias de adopción siguen esta función ininterrumpida de ayudar a los recién llegados a convertirse en mayores.

Pero en la complejidad y pluralidad social, en estos momentos, la tendencia competitiva e individualista, también la fuerte presión publicitaria que crea falsas necesidades de consumo, las dificultades para conseguir trabajo y salarios estables, todo en conjunto, llega a actuar como una gran confabulación que impone ritmos vitales más y más acelerados. Esto explica que las familias manifiesten tantas dificultades para atender a los hijos.

Ayudan poco a resolver las dificultades el entretenimiento y el acompañamiento en el crecimiento de los hijos con ingentes cantidades de imágenes violentas y de información vacía de significados valiosos que ocupan demasiadas horas en la vida de nuestra infancia. Las horas de muchos niños son vividas a remolque de la velocidad vital de los padres: jornadas larguísimas de actividades, horarios fijados según las agendas de los adultos y, como complemento, bajo la fuerza implacable de la publicidad, toda clase de ingenios electrónicos que pretenden sustituir compañeros de juegos en los cortos intervalos de tiempo libre de que disponen.

Por otra parte, aunque en el interior de cada familia no ha habido nunca un modelo único para educar a los hijos, en los últimos tiempos, sí que ha variado la pauta de relación que caracterizaba a todas las familias. Entre padres e hijos se imponía la existencia de control, de autoridad y de respeto. Últimamente ha perdido importancia el ejercicio de la autoridad y del control para dejar paso a la comunicación entre iguales y a la toma de decisiones familiares por consenso. En principio, este modelo familiar más democrático o negociador puede ser positivo, pero educar en el ejercicio de la libertad es un reto muy exigente.

Son muchas las interpretaciones que se hacen sobre el hecho de que, paralelamente al aumento de familias negociadoras, haya surgido un tipo de adolescente consentido, que tiene dificultades para ser responsable y al que le cuesta superar la frustración al no satisfacer, instantáneamente, todas sus particulares necesidades.

Además, entre los padres hay una tendencia creciente a evitar los conflictos para establecer relaciones emocionales positivas durante el tiempo escaso de convivencia con los hijos. Es posible que aquel modelo de educación basado en el rechazo de comportamientos autoritarios, junto a la divulgación, difundida en versiones muy particulares, de teorías psicoanalíticas haya tenido consecuencias muy negativas. El modelo de libre desarrollo del niño ha sido muy difundido en la sociedad occidental. Y cuando se ha aplicado de manera literal y sin diferenciar el límite que señala el deseo caprichoso de la necesidad de aprender a ser responsables, las consecuencias han podido ser muy negativas para el propio niño o adolescente. La aparición reciente del Síndrome del Emperador es una devastadora consecuencia.

Éstos y otros elementos son los que caracterizan a las familias. Los medios de comunicación y los discursos públicos manifiestan con insistencia que hay que favorecer la conciliación entre la vida laboral y la familiar y hacer políticas más activas de ayuda y de protección familiar. Es evidente que si las políticas activas a favor de todas las familias no llegan, la escuela continuará siendo receptora de nuevas demandas educativas y un sector de madres y padres, que tiende a ser cada vez más amplio, le continuará exigiendo toda clase de responsabilidades.

Nuevas responsabilidades para la escuela
Los cambios sociales han propiciado que el mundo escolar, aparte de la propia evolución interna, haya sido receptor de encargos bien dispares.

La organización de las actividades escolares y el trabajo de coordinación ha adquirido mayor complejidad. Las tareas docentes, a medida que la escuela ha ido cubriendo más tiempo en la custodia del niño, también se han modificado. A las horas lectivas, se han sumado las horas de comedor e incluso una sexta hora.

Los contenidos del currículum escolar se amplían y se modifican permanentemente. Nuevas tecnologías, educación vial, educación por la paz, la sensibilización ecológica y la educación para el consumo ya son contenidos de los trabajos escolares.

También, ante todas y cada una de las situaciones críticas: prevención de drogadicciones, prevención de enfermedades de transmisión sexual, necesidad de educar en hábitos saludables de alimentación, se ha trasladado a la escuela la responsabilidad de llevar a cabo programas correspondientes.

Y, finalmente, los centros de educación se enfrentan a los conflictos que generan los comportamientos indisciplinados de un número muy pequeño de niños y jóvenes, que en ocasiones deriva hacia la inadecuada respuesta de las propias familias.

¿Dónde está la finalidad de la escuela? ¿Es necesario que nos detengamos un momento? La finalidad de la escuela ha de ser reescrita y hay que volver a pactarla. Neil Postman lo advierte en sus últimos escritos: No hay camino más seguro para poner fin a la escuela que no tener ninguna finalidad. Muchos maestros piensan sobre esto cada día. También los formadores de futuros maestros. Es evidente que ante nuevas demandas sociales, la formación inicial de maestros también obliga a repensar una formación inicial.

Entretanto, gran parte de los maestros de nuestro país, con dosis muy grandes de ilusión y de profesionalidad, han permitido que las escuelas afronten los retos relacionados con los cambios legislativos, con la escolarización de alumnos llegados de todo el mundo, con los cambios en la relación que han de establecer con ellos las familias. Es la nueva complejidad social la que obliga a delimitar y pactar un reparto de responsabilidades sobre la infancia. ¿Qué función les corresponde a las familias? ¿Cuál es la responsabilidad de la institución escolar? ¿Cómo se ponen de acuerdo padres y maestros para trabajar conjuntamente a favor de niños y de adolescentes?

¿Conviene una movilización educativa? La movilización educativa es el reclamo que está utilizando el profesor J.A.Marina recordando el viejo proverbio: para educar a un niño se necesita a toda la tribu.

Iniciativas parecidas hay muchas y son estrictamente necesarias. Lideradas por asociaciones de padres y madres, lideradas por grupos de profesorado desde los centros escolares, o impulsadas desde las universidades. Por eso ha sido un gran acierto plantear el tema en las Segundas Conversaciones Pedagógicas.


Extraído de:
¿Quién ayuda a ser adulto?
Mª Pilar Navarro
Universitat de Lleida

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