lunes, 25 de octubre de 2010

El último niño en los árboles

Los niños de la sociedad actual viven una "infancia desnaturalizada". Daniel Guzmán, menor de 15 años, viajó sin dinero ni documentos a Chile, "obligado" por las circunstancias. Las entidades de control en el aeropuerto y la aerolínea tienen responsabilidad al facilitar y casi provocar esa aventura al no garantizar controles seguros. La familia podría demandar por el riesgo al que fue expuesto el chico por cuenta de unas laxas medidas de inspección. Esta historia nos obliga a evaluar las motivaciones del menor, que tal vez sean las mismas de millones de niños en el mundo.

El padre de Daniel ha dicho que la única diversión de su hijo es la televisión y el Facebook. Allí está el meollo del asunto. Los que tuvimos el privilegio de ser niños libres, teníamos aventuras todos los días en la naturaleza sin que nadie nos controlara. Terminábamos los días exhaustos, untados de tierra y con olor a monte. Éramos felices. En los últimos 25 años, han ocurrido grandes cambios en el estilo de vida. Son comunes los casos de obesidad infantil, déficit de atención, depresión y estrés en niños. Se invierte la mayor parte del tiempo en el uso de la televisión, los videojuegos, las computadoras y los teléfonos celulares.


Se está gestando una generación de niños insensibles ante lo que les ofrece la naturaleza y la vida en familia. Es entendible que Daniel haya reaccionado de esa manera al buscar una aventura para liberarse de la opresión cibernética. Los niños pasan entre 30 y 60 horas a la semana usando teléfonos celulares, computadoras y otros juegos electrónicos. Esta situación representa una amenaza para la salud infantil. Las nuevas generaciones se privan de cosas sencillas. Eso puede traer consecuencias para su salud física y mental. Ver cómo se ordeña una vaca, darle de comer con la mano a una oveja o tocar su lana, levantar un nido y trepar un árbol son cosas que la mayoría de adultos vivimos gratamente en la niñez.


Los niños de hoy no tienen tantas posibilidades de jugar al aire libre y de gozar de la naturaleza, por el ritmo desenfrenado de la sociedad moderna o porque la tecnología ocupa su tiempo. El diario británico The Guardian publicó una encuesta realizada con 2.000 niños de 8 a 12 años. El 64% de ellos sólo había salido a jugar a la calle una vez a la semana, el 28% había dado un paseo por el campo en el último año y la mayoría no habían subido nunca a un árbol. En el 2002, los niños ingleses de ocho años podían identificar más fácilmente a los personajes de Pokemon que a un escarabajo, una nutria o un álamo.


A lo mejor Daniel jamás tuvo la oportunidad de trepar a un árbol. El mundo virtual en el que vive con la mayoría de sus "amigos", lo llevó a hacer algo estrambótico, subirse a un avión sin más. Muy lejos de él quedaron los últimos niños que fueron felices en los árboles, distantes de los alienados por un computador. El mayor indicador del nivel de actividad física del niño es el contacto en el campo abierto que supera a otras posibilidades, como pertenecer a equipos deportivos.


La educación basada en el medio ambiente mejora notablemente el rendimiento escolar, estimula la creatividad y proporciona mayor habilidad en la resolución de conflictos, pensamiento crítico y toma de decisiones. La relación con la naturaleza promueve habilidades cruciales para el éxito en la vida, como asumir riesgos, tolerancia a la adversidad, conciencia ambiental, capacidad para trabajar en equipo y liderazgo. Pero por sobre todo, hace niños más felices.


 


Autor: FABIO ARÉVALO ROSERO MD
Fuente


http://comunidades.semana.com

jueves, 14 de octubre de 2010

¿Tienen valores los hijos?

Nos llama la atención noticias de tanta agresividad, conductas antisociales o hechos delictivos entre jóvenes... ¿realmente la juventud de hoy día es así?, ¿se comportan nuestros hijos así?, ¿a qué se deben estas conductas? No les quepa duda que uno de los motivos fundamentales de que esto suceda, de que las noticias nos salpiquen la conciencia un día sí y otro también con acontecimientos de esta naturaleza es debido, ya digo, en parte, a la falta de valores en los jóvenes, en los adolescentes. Y si no es la falta de valores sí es debido a la valoración inadecuada de hechos, normas, conductas que considera la sociedad como básicas para su subsistencia.

Cuando hechos como los descritos anteriormente suceden, la sociedad se pregunta a qué se debe, qué podemos hacer, dónde y en qué falla el sistema, de quién es responsabilidad. Como partimos de la base de que una parte importante de ¿culpa?, la tiene la supuesta falta de valores en los más jóvenes (y por desgracia, cada vez más jóvenes en cantidad y en edad), consideramos necesario dedicar este artículo a cómo se puede fomentar una educación, aparición y respeto adecuados de los valores en los hijos. Qué pueden hacer los padres, de qué manera, cuándo...

Nos encontramos en una época de búsqueda de valores donde la EDUCACIÓN va a jugar un papel primordial. En todo momento, actividad, situación de la vida cotidiana hay que intentar y practicar el respeto de los principales valores de nuestra sociedad. Valores básicos para la vida y para la convivencia.

Una educación inspirada en un sistema de valores mínimos aceptables por todos y que emana del conocimiento y la riqueza de la convivencia y el pluralismo. Valores humanos que recogen la Carta de los Derechos Humanos y la Constitución: libertad, igualdad, justicia, solidaridad, tolerancia, respeto, ¡la VIDA!, responsabilidad, salud, paz, democracia, aceptación de las diferencias...Si no se provoca desde la educación, en todos los ámbitos, la aceptación de éstos valores, se puede potenciar el adormecimiento moral y el “pasotismo” de los jóvenes que tanto se critica.

No debemos olvidar que toda tarea educativa, sea en la familia o en el entorno escolar, y los procesos de transmisión del pensamiento, conlleva una carga de contenidos ideológicos y apreciaciones éticas aún de una forma no consciente y para evitar mensajes contradictorios la comunidad educativa tendrá que consensuar los valores a transmitir respetando la diversidad y la pluralidad.
Quizá vivimos en un mundo en el que los hijos, los jóvenes tienen de todo que consiguen fácilmente, sin ninguna contraprestación por su parte.

Al mismo tiempo encontramos unos padres muy solícitos a las peticiones de sus hijos; desean agradar a sus hijos y ganarse su afecto con materialismos que en gran parte de las ocasiones son absurdos e innecesarios.

Y decimos esto porque toda persona ante tal cantidad de artilugios y objetos materiales, llega a no valorar en su justa medida lo que tiene. Dispone de tal cantidad de objetos a los que prestar atención que le es imposible valorarlos todos y cuidarlos. ¿Qué le ocurría a nuestros abuelos con sus juguetes?, cuando tenían tan pocos, tan básicos; los recuerdan como algo entrañable que llegaban a amar. Esta situación la debemos generalizar a las personas, la convivencia y tantos valores humanos que han quedado relegados a un ¿segundo? plano.

Puede que hayamos llegado a una situación (no sé si es catastrofismo o no) de personas cuya conducta se rige por valores tales como me gusta-no me gusta, me apetece-no me apetece, me lo paso bien-no me lo paso bien. Afortunadamente no todos los jóvenes son así; y en caso de que consideremos que se caracterizan por esta forma de ser, es posible cambiar su actitud y posicionamiento. Cuanto antes nos lo planteemos más fácil será conseguir los objetivos esperados.

La falta de valores está asociada a un actitud de caprichos, de que aquí cualquier cosa vale para conseguir lo que deseo porque, total, para lo que sirve. Y una actitud caprichosa va asociada a un comportamiento perezoso. Desde casa se puede detectar enseguida la aparición de conductas caprichosas y perezosas que son la antesala de la falta de valores por los siguientes síntomas:
El joven siempre intenta salirse con la suya y se queja con frecuencia. Usa expresiones como: es una injusticia, no hay derecho, no es culpa mía...
El hijo sólo come algunas cosas que le gustan, y en ocasiones abusa de ellas. (Dejan "lo verde o lo rojo" no dejan el plato limpio...).
No tiene en cuenta las normas de convivencia y de educación.
No obedece si no es en última instancia, y con frecuencia por temor a males mayores.
No hace sus tareas escolares con esmero, incluso procura eludirlas. No usa adecuadamente su agenda escolar.
Ante sus cosas y las de los demás muestra descuido y desorden.
Suele ser impuntual tanto para empezar como para acabar. Al hacerlo así actúa de forma desconsiderada con los que le esperan. No tiene en cuenta a los demás, sino que su conducta se rige por la atracción que supone lo que esté haciendo o la repulsa que le suponga lo que va a hacer.

Estas conductas ¿por qué aparecen?, ¿a qué se deben? Si desde pequeños se les acostumbra a ser protegidos, se les evita problemas y se les colma de atenciones y bienes (porque para eso lo han pasado mal los padres), no ha de extrañarnos que desconozcan cualquier móvil de acción que no sea su propia complacencia.

Por eso, desde temprana edad, hay que inculcarles el VALOR DE RESISTIR, de perseverar ante cualquier dificultad, que sepan luchar para obtener algún objetivo y que no siempre se consigue lo que se pretende a la primera o con facilidad, por ejemplo el éxito en los estudios. Para lograr su madurez hay que permitir que vivan las experiencias desagradables que les depare la vida por azar o como consecuencia de sus actos. Pero nunca hay que dejar a los hijos demasiados solos. La actitud correcta de los padres ha de ser estimulante y consoladora cuando haga falta. Nunca ha de dejarse totalmente solos a los hijos cuando no tienen (en la mayoría de las ocasiones) la capacidad de predecir las consecuencias de sus actos.

Unido al valor de resistir, los padres también deben inculcar el VALOR DE EMPRENDER. Supone enseñarles a proponerse metas valiosas y a perseverar para alcanzarlas poniendo los medios necesarios.

Por eso es necesario, entre otras cosas mostrarles metas valiosas en función de valores personales, sociales y religiosos. Pero para mostrar es necesario explicar e ilustrar su valía con nuestro ejemplo. Los padres tienen que explicar y mostrarse como ejemplo coherente.

Y es que queramos o no nacemos en un mundo rodeado de personas como nosotros, nos influimos unos a otros, no podemos crecer y aprender aislados los unos de los otros.

Al individuo le influye tanto lo que hace él mismo como lo que hacen los demás, incluidos los padres. Y de eso se trata. De actuar, porque los valores existen en las acciones de los hombres, no en las palabras. Los valores no son inaccesibles o algo difícil de alcanzar y cumplir.

Aparecen en las acciones más cotidianas, en el día a día. La vida de los padres centrada en el esfuerzo, trabajo, constancia, disciplina, es un modelo. No hace falta preocuparse por transmitirla oralmente al niño. La conducta, por sí sola, educa.

Existen, por tanto, dos PASOS o pautas sencillas que hay que tener en cuenta para, primero cumplir, y después inculcar, con nuestro comportamiento, los valores en la sociedad en que nos toca vivir:

1. El primer paso para vivir los valores es TOMAR CONCIENCIA de ellos. Una sociedad basada en miembros que respetan los valores, es la forma para una convivencia más sana. Vivir en valores es mucho más que cumplir una serie de normas sociales y civiles que organizan la sociedad. Es un estilo de vida. Las normas establecen pautas de comportamiento necesarias para entendernos pero no hablan de la amabilidad, del respeto al otro, de la cordialidad, etc. Por eso, lo primero es ser conscientes de que los valores son vitales.

2. Cuando estamos convencidos de que los valores son importantes para la vida, es necesario reflexionar sobre CUÁLES SON FUNDAMENTALES PARA NOSOTROS, cuáles nos hacen ser mejores. Este nivel implica un proceso de reflexión interna en el que detallaremos, distinguiremos los valores que ya poseemos y los que debemos buscar.

Hay valores que deben considerarse básicos y obligatoriamente tenidos en cuenta en todos los ámbitos de la familia y educativos. Es la relación que anteriormente hemos citado.

A estos valores considerados mínimos y básicos cada comunidad educativa podrá añadir aquellos que considere necesarios para dar respuesta a los problemas que su propia realidad presenta. O quizás dedicar más esfuerzos a aquellos de los relacionados anteriormente que sean necesarios para hacer frente a problemas específicos que se hayan detectado y priorizado.

Pero para educar en valores contamos con 3 MODELOS de entender la educación que es necesario conocer para evaluar y reflexionar a qué modelo pertenecemos o qué modelo aplicamos y si realmente estamos de acuerdo con él o no:

Modelo reproductor. Fomentar el espíritu crítico no es un objetivo educativo. En este modelo nadie, ni los adultos ni los chicos, decide, o al menos se cuestionan, qué valores se deben transmitir; sencillamente se reproducen los valores establecidos.

Modelo "neutral". A veces ha surgido como reacción al anterior. Es el modelo que propone la ausencia de educación en valores. Los defensores de este modelo entienden que es imposible conjugar la doble finalidad de la educación: el desarrollo personal que supone enseñar a pensar por sí mismo, con la inserción social que supone transmisión de valores aceptados socialmente.

Modelo educador. Se trata de un nuevo modelo de educación que propugna un ambiente educador, también en valores. En toda relación niño-adulto se transmiten valores: los sistemas disciplinarios transmiten autoridad y respeto o autoritarismo. Las actividades pueden transmitir cooperación o competitividad. La evaluación puede fomentar la autocrítica y el esfuerzo personal, o por el contrario producir rechazo al sistema. Igualmente, el ambiente y clima generales de un centro son transmisores de valores.



Fuente
Escuela de Padres
MEC
Ministerio de Educación de España

domingo, 10 de octubre de 2010

Educar la tolerancia en un mundo de diversidad



¿Se han parado a pensar QUÉ ENTIENDEN POR TOLERANCIA? Se trata de un término que en la sociedad actual utilizamos a menudo pero cuyo concepto no está demostrado que se conozca con exactitud. Si consultamos el Diccionario de la Real Academia encontramos dos acepciones; en primer lugar se entiende por tolerancia el "respeto y consideración hacia las opiniones o prácticas de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras" Por otro lado, encontramos otra definición con un sentido más específico que afirma que tolerancia consiste en "permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente; o sea, no impedir –pudiendo hacerlo- que otro u otros realicen determinado mal" Si nos damos cuenta, la cuestión está en determinar el límite de lo no tolerable: la legítima diversidad siempre debe tolerarse (respetarse) y, sin embargo, la ilegítima puede tolerarse o no, depende las circunstancias. Estos planteamientos son los que como padres habrá que inculcar a los hijos de cara a su relación con sus iguales e integración en la sociedad compleja que les toca vivir.


    
De lo anterior debemos concluir que la tolerancia, entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces un valor de enorme importancia.
Entendida así la tolerancia puede ayudar a resolver muchos conflictos y a erradicar muchas violencias. Por desgracia vivimos en un mundo en el que son frecuentes actos de violencia y maltrato al prójimo por lo que deducimos que una educación centrada en la tolerancia debe primar y promoverse de una forma necesaria y urgente.


    Tal es así que en los sistemas educativos europeos resurge de nuevo la preocupación por el tema de la educación intercultural y del respeto a las minorías. Ya sabemos que vivimos en sociedades multinacionales, complejas y plurales en distintos ámbitos como el religioso, moral y cultural. La tolerancia hacia lo diferente se ha convertido en el reto más serio de la sociedad presente y futura. De ahí que una de las características esenciales de la escuela pública sea conseguir un objetivo de carácter moral; es decir, educar ciudadanos libres, democráticos, críticos y tolerantes. Todo ello desde una perspectiva integral del ser humano.

    El propósito de la tolerancia es la coexistencia pacífica. FEDERICO MAYOR ZARAGOZA (que fue Director General de la UNESCO) afirma que una persona tolerante respeta la singularidad de cada persona. La tolerancia desarrolla la habilidad de adaptarse a los problemas de la vida diaria. Como adultos debemos saber también que la tolerancia es una fortaleza interna que le permite a la persona afrontar dificultades y disipar malentendidos.

    EN EL ÁMBITO FAMILIAR, los padres desean que sus hijos crezcan libres de estereotipos, sin prejuicios. En la sociedad actual nos movemos entre gran variedad de culturas, personas de distintas razas y los hijos comparten aulas, vecindad con niños cuyo aspecto físico, idioma o costumbres son muy diferentes a las suyas. La familia es la primera escuela en la que se aprende la tolerancia porque siempre hay que hacer reajustes para que todos los miembros tengan cabida en la misma. El colegio es la segunda entidad en importancia donde inculcar el espíritu de la tolerancia.

    Hasta los 3 años los niños creen que el mundo es como ellos y las familias como la suya. Tienen una perspectiva del mundo centrada en su persona. Hacia los 4 años se inicia una educación explícita en el campo de la diversidad. Los niños a partir de estas edades van clasificando las cosas por categorías y diferencian al resto por su color de pelo, su piel clara u oscura. En esta fase podemos escuchar preguntas como ¿por qué Irene no celebra la Navidad como nosotros? Entre los 5 y 7 años los niños ven el mundo desde su punto de vista (cosa que ya hacían) y desde el punto de vista de los demás. Tienen una nueva capacidad para comparar la percepción de sí mismos en comparación con otros. Este aspecto comparativo, en ocasiones provoca competición: "ojalá yo tuviera el pelo de María", o miedo a no ser aceptados: "nadie en mi clase lleva muletas".


    Los padres deben responder a los hijos a estos comentarios o preguntas de forma simple e informativa. Por ejemplo: "nuestra familia es católica y la de Irene es judía" Si los hijos no nacen teniendo en cuenta las diferencias ¿cómo aprenden a tener prejuicios?

   En ocasiones los padres se enfrentan al reto de hablar con los hijos de diversidad cuando ellos tienen aún dudas al respecto. Muchos padres se sienten inseguros cuando tienen que tratar a personas distintas a ellos en aspectos importantes debido a que sienten miedo a estar incómodos o a decir algo inconveniente ya que ellos no han tenido muchas oportunidades de encontrarse con gente diferente. Este reto para los padres de reconocer sus inclinaciones y sus limitaciones se ve reforzado por el hecho de haber crecido en una sociedad que tiene prejuicios de los cuales no es fácil librarse.

   Los hijos con un poco de ayuda, acaban estando a gusto entre la diversidad. La semilla de la tolerancia, se planta con compasión y cuidado. Cuanto más afectuoso se vuelve uno y más comparte ese amor, mayor es la fuerza en ese amor. Cuando hay carencia de amor, hay falta de tolerancia. FEDERICO MAYOR ZARAGOZA nos llega a poner el caso de una madre: cuando el hijo experimenta un obstáculo, ella está preparada y es capaz de tolerar cualquier cosa. En ese momento no se preocupa por su propio bienestar, sino que, con amor, afronta todas las circunstancias. El amor hace que todo sea más fácil de tolerar.

   Entre el nacimiento y los 5 años aprenden muchos valores sociales. Aunque en ocasiones ellos se comporten de manera excluyente hacia otros niños, no quiere decir que hayan formado ya sus propios «prejuicios» Si no hay una intervención activa, este comportamiento que en principio es por imitación, acaba en prejuicios reales.

   Llegados a este punto nos preguntamos ¿CÓMO AYUDAR A LOS HIJOS A LUCHAR CONTRA LOS PREJUICIOS? La primera norma es educar y apoyar a los hijos cuando se enfrenten a situaciones en las que sean blanco de discriminación o testigo de ellas. Aquí tenemos algunos puntos que servirán de guía:


Escuche su dolor.
Ofrezca información. Dígale que lo ocurrido no es aceptable. Hágale saber que los insultos y burlas suelen proceder de la ignorancia.
Ofrezca ayuda o protección. A veces los niños no son capaces de responder por sí solos a los actos discriminatorios.
Hable con claridad cuando oiga calumnias.
Ofrezca una visión de cambio social.
Fomente la iniciativa de los niños.
La cooperación genera optimismo sobre el mundo.


   


Es bueno que los niños sepan que existe colaboración y ayuda y les dará confianza saber que tal vez ellos sean capaces de cambiar algo injusto. En nuestra sociedad actual existen educadores que han investigado y han trabajado para crear un programa capaz de contrarrestar prejuicios todavía existentes y han desarrollado un «planteamiento no discriminatorio» para la educación. En ella hay cuatro componentes:


1. Valorarse uno mismo como miembro de todos los grupos a los que pertenece.
2. Valorar a otros que pertenecen a grupos distintos.
3. Reconocer los prejuicios e injusticias sociales por pertenecer a determinados grupos.
4. Pensar en la forma de reaccionar ante la injusticia defendiéndose uno mismo y convirtiéndose en aliado de otros grupos.


    Llegados a este punto debemos saber que EL PRIMER PASO PARA VALORAR LA DIVERSIDAD ES HONRAR Y VALORAR NUESTRA PROCEDENCIA. Todos operamos desde un contexto cultural que desempeña un papel importante en las decisiones que tomamos como padres. Pero la cultura no es algo estático, es dinámico, adaptable a las nuevas influencias, a la economía, geografía, etc. También varía de una persona a otra. La cultura está formada de pequeños detalles: costumbres, recetas de cocina... Todos tenemos un legado cultural importante y mientras lo enseñamos a los hijos les ayudamos a respetar otros y a establecer las bases para apreciar la diversidad.

    Para terminar debemos apuntar varias FORMAS DE AYUDAR A SU HIJO A VALORARSE. En concreto y entre otras, deben hacer lo siguiente:


Enseñe a sus hijos datos sobre su cultura.
Utilice a la familia completa como ayuda.
Estudie y anote la historia de la familia.
Enseñe a sus hijos lo que es más especial de la familia.
Ofrezca modelos de rol positivos.
Ofrezca a su hijo juguetes y libros que reflejen positivamente los grupos a los que pertenecen.
Vigile los prejuicios que aparecen en los medios de comunicación.


 Por último también debemos saber algunas FORMAS DE AYUDAR A LOS HIJOS A VALORAR A LOS DEMÁS. Entre otras apuntamos las siguientes:


Favorezca el encuentro con personas de otras culturas.
Enseñe imágenes "no estereotipadas" sobre diversidad.
Hable con los hijos sobre las diferencias y similitud con otras personas.
Amplíe experiencias sobre arte, culturas diferentes.
Enseñe a su hijo que la diversidad se aplica a todos: también él es "distinto" para otras personas.
Trabaje sobre sus propias ideas y prejuicios.


 


 


Fuente


Escuela de Padres


MEC


Ministerio de Educación de España


 


 

viernes, 1 de octubre de 2010

Cómo aprenden los niños

    En otra ocasión hemos hablado sobre la necesidad de enseñar a poner límites a nuestros hijos. Para llevar a cabo esta necesidad, quizá sea de interés comprender el modo en que las personas aprendemos nuestras conductas, como camino para analizar las de nuestros hijos.

    Empecemos por precisar algo sobre el concepto de conducta. A un niño no se le puede enseñar a ser bueno ni a ser obediente... Se le adiestra en conductas que le hacen parecer bueno, obediente... Las conductas son acciones concretas -adecuadas o inadecuadas- en circunstancias determinadas. Enseñamos a los niños a realizar conductas adecuadas en momentos determinados o a modificar conductas inadecuadas o que se producen en circunstancias inadecuadas.

    La psicología del aprendizaje describe tres modelos principales de incorporación de conductas en la persona:

Condicionamiento clásico.

Condicionamiento operante o instrumental.

Aprendizaje observacional o vicario.


Condicionamiento clásico.

    El condicionamiento clásico surge de los estudios de I. P. Pavlov sobre los estímulos condicionados en animales, que naturalmente tuvo reflejo importante en las teorías sobre el aprendizaje de conductas en las personas.

    Las personas utilizamos esta forma de aprendizaje a través de la asociación de estímulos significativos para la supervivencia con otros no significativos biológicamente (apartarnos con urgencia ante el sonido de la sirena de una ambulancia), pero también sabemos que una sonrisa de nuestro interlocutor puede significar aprobación y que la ausencia de contacto visual con él supone, entre otras cosas, que no le interesa lo que le estamos diciendo y, por tanto, nos callamos.

    En los niños este proceso de aprendizaje se da de manera más significativa. Rápidamente asocian estímulos condicionados con estímulos incondicionados. El niño que se muerde las uñas y se las untan con un líquido de sabor desagradable acabará asociando morder las uñas con la sensación de un sabor desagradable, de tal forma que acabará no mordiéndoselas aunque sus uñas no estén untadas.


   Se puede utilizar esta forma de aprendizaje para descondicionar conductas. Si un niño tiene miedo al agua y se resiste a bañarse, la mejor manera de quitárselo sería exponerle al agua, de forma no traumática (sin aguadillas o empujones), y estar con él hasta que se tranquilice. Evidentemente este procedimiento sólo sirve en casos de miedo, no en el de fobias para las que es recomendable tratar con un profesional.

Condicionamiento operante o instrumental.


    En el condicionamiento clásico lo que realiza el animal es una asociación entre dos estímulos que provoca una respuesta. El psicólogo norteamericano B. F. Skinner descubrió que a partir de la respuesta que da el animal se obtiene un reforzador que permite que se repita esa respuesta. (La paloma aprende a apretar una palanca para conseguir comida)


    Si queremos que un niño repita una conducta tendremos que reforzársela, darle un estímulo, y si lo que buscamos es que deje de realizarla deberemos evitar cualquier refuerzo. Los estímulos reforzadores no tienen que ser siempre materiales. En los niños, son más reforzadores una sonrisa o una felicitación de los padres que una golosina.

   El castigo está incluido en este procedimiento de aprendizaje: el niño que da una respuesta no aceptable obtiene un estímulo desagradable. Dentro del modelo se comprueba que reforzar positivamente las conductas es más efectivo que el castigo, ya que este, aunque no carezca de cierta eficacia, produce agresividad en el individuo y, cuando se abusa de él, indefensión.

    El modelo también explica cómo enseñar conductas complejas, mediante un proceso de aproximaciones sucesivas. Si queremos que el niño aprenda un conducta compleja, descompongamos ésta en partes, ordenadas por el grado de dificultad, y vayamos reforzando su realización sucesiva. Un ejemplo: si queremos que nuestro hijo de seis años colabore en casa poniendo la mesa, al principio le pediremos que coloque el mantel y le felicitaremos por realizarlo. Después de varios días, cuando haya aprendido a poner el mantel, le pediremos que coloque el mantel y que lleve los platos y le felicitaremos por realizarlo. Así sucesivamente hasta conseguir el objetivo.


Aprendizaje observacional o vicario
.

    A diferencia de los dos paradigmas anteriormente citados en los que el sujeto pone en marcha sus habilidades frente a las situaciones, los psicólogos A. Bandura y R. H. Walters plantean el aprendizaje como un proceso que trasciende las características individuales: el sujeto no podría aprender conductas nuevas sin poseer un elenco de conductas previas, es decir, aprende observando cómo actúan otras personas.


    Los niños, más que nadie, son propensos a imitar las conductas que ven en personas significativas. Por tanto nos encontramos con una herramienta potente en el proceso de enseñanza de conductas pero también con una fuente de aprendizaje de conductas poco adecuadas. Un niño no necesita a nadie que le enseñe a ser violento si descubre que hay héroes de la televisión o del deporte que realizan conductas violentas y son aplaudidas por ellas.


   Podemos utilizar sus personajes favoritos para señalarles aquellas conductas que nos parezcan apropiadas, o comportarnos delante de ellos como queremos que se comporten.




Algunas ideas más


El refuerzo, la ausencia del refuerzo o el castigo han de ser contingentes a la conducta desarrollada. No se puede castigar o premiar una conducta semanas después de que ha sucedido porque el niño no asociara conducta y refuerzo.


Si se refuerza o se sanciona una conducta, se ha de ser consistente. No se puede reír una conducta que horas después será amonestada. De este modo se refuerza y castiga la misma conducta lo que produce desorientación en el niño.


El refuerzo o castigo han de ser proporcionales. No se puede premiar el que un niño ponga la mesa con una videoconsola, ni castigar el que rompa accidentalmente un vaso con la retirada de la paga de dos meses.


Se ha de ser coherente con las conductas que se exijan, y con los premios o castigos que se prometan. Los padres han de cumplir aquello que piden a sus hijos.



 



 



Fuente

Escuela de Padres

MEC

Ministerio de Educación de España

 

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