En los siguientes párrafos, el autor hace una breve referencia histórica sobre los grandes cambios sociales al justificar las modificaciones de las exigencias sociales hacia la escuela. Desde su punto de vista explica la crisis de la relación entre las familias y la escuela.
Creo recordar que fue Octavio Paz quien dijo que la historia
de España y América era la de un encuentro, un desencuentro y un reencuentro.
La secuencia resulta particularmente sugestiva para la escuela, pues el símil
entre la educación (de los individuos) y la civilización (de las sociedades) no
es nuevo en modo alguno. El descubrimiento
de América por los españoles y la colonización europea del África subsahariana
y de los mares del Sur alimentaron una idea de la evolución de la humanidad, de
la barbarie a la civilización, que pronto se proyectaría sobre la escuela. El niño,
decía por ejemplo Hegel, debe recorrer en su educación las sucesivas fases que
ha seguido la humanidad en su proceso de civilización. La ontogénesis —el
desarrollo del individuo—, diríamos hoy, debe seguir los pasos de la
filogénesis —el desarrollo de la especie—. El Emilio de Rousseau no era sino
una transposición del buen salvaje, conducido suavemente por su mentor hacia la
madurez, es decir, hacia la civilización.
El periodo de expansión de la escolarización fue y todavía
es un poco como la conquista de América. También se ha dicho del encuentro
entre los dos mundos que fue más bien un encontronazo, y lo mismo cabría
predicar de la escolarización: familias carentes de educación en vez de indios
ajenos a la civilización, aldeas o barrios de absorción en vez de
asentamientos, maestros en vez de misioneros, escuelas en vez de iglesias o
misiones, la letra —que con sangre entra— en vez de la cruz —pero,
generalmente, mezclada con ella—, la obligatoriedad escolar en el lugar del
repartimiento y la encomienda… Las familias, por un lado, no podían resistirse
a esa invasión, y, por otro, no veían por qué hacerlo, dado que, al fin y al
cabo, también abría para sus hijos un mundo de oportunidades inéditas y
prometedoras. En el mejor de los casos, la generalización de la escolaridad
puso a la institución en contacto con un mar de familias deferentes, situadas y
percibidas por ambas partes un escalón por debajo de aquélla en la escala de la
cultura, de la civilización, de la modernidad, del progreso. Al mismo tiempo,
sin embargo, la escuela presuponía a la familia, contaba con ella como base de
apoyo, si bien el profesorado, en su ámbito de actuación, sustituía con plenos
derechos a los padres (in loco parentis).
Todo eso ha cambiado de forma radical. La familia ya no está
en el lugar asignado o, por lo menos, ya no es la misma familia, con las mismas
posibilidades y funcionalidades que antaño desde el punto de vista de la escuela. Esto supone
un desplazamiento de la familia a la escuela, en primer lugar, de las funciones
de custodia, y, segundo, de la socialización en su forma más elemental. Por
otra parte, la familia ya no acepta con facilidad una posición de subordinación
deferente frente al profesorado, lo cual produce un tercer problema: el de
quién controla a quién.
Extraído de
Educar es cosa de todos: escuela, familia y comunidad
Mariano Fernández Enguita
Universidad de Salamanca