sábado, 27 de julio de 2013

Educar la voluntad de los hijos

Uno de las dificultades más significativas que se presentan a los docentes en su tarea, es la “falta de voluntad” en los alumnos ¿Qué se puede hacer desde el hogar? Comenzando con algunas preguntas: ¿Qué significa “Voluntad”? ¿Cuáles son las fases de un proceso voluntario? ¿Qué clases de voluntad reconocemos? ¿Qué criterios podemos asumir, para educar la voluntad?


Concepto de voluntad
    La palabra voluntad procede del latín voluntas-atis, que significa querer. Por tanto, la voluntad es una facultad superior en la persona que nos lleva a querer algo, es decir, es un acto intencional, de inclinarse o dirigirse hacia algo.

    La voluntad es la capacidad suprema pues es la que tiene la última palabra sobre nuestras acciones, ya que la inteligencia informa de posibilidades pero la voluntad decide qué es lo que va a hacer la persona.

    Decimos que un acto es voluntario en la medida que está realizado con conocimiento de lo que hacemos y con libertad. La mayor parte de las acciones humanas son voluntarias, en cuanto que sé lo que estoy haciendo y además soy libre para hacerlo. Al contrario, cuando faltan esas dos características, se habla entonces de los actos del hombre, como pueden ser la circulación sanguínea, la dormición, etc.

    En el proceso del acto voluntario se dan las fases siguientes:

   a) Plantearse un fin a alcanzar
   La conducta se mueve por metas, por fines que me propongo y que trato de conseguir mediante acciones más o menos fáciles o difíciles. Los fines es lo primero que se da en la intención aunque sea lo último en conseguirlo.

   La facultad que actúa en esta fase de proponerme fines, es la inteligencia que indica las metas a alcanzar. Esta meta puede ser más o menos clara, sin que tenga interferencias mi inteligencia para decidir. Ahora bien, en cuanto que la persona es un todo unitario de inteligencia, sentimientos, pasiones, etc, sucede que lo afectivo "obligue" a la inteligencia a proponerse objetivos claramente pasionales. Son las "razones del corazón" que la inteligencia no llega a comprender.

   b) Deliberación de los medios para conseguir el fin
   En esta fase la voluntad trata de encontrar qué medios o estrategias pongo en marcha entre los que dispongo o conozco para tratar de conseguir el fin que me he marcado.

   Cuanta más información, datos, cultura tenga la inteligencia, más medios encontraré para conseguir la meta que me he propuesto. Es una fase de acopio de medios para un fin, por tanto, cuanto más medios se me ocurran, más posibilidades tengo para elegir los más idóneos para la meta que me he propuesto, y en consecuencia más libre seré en las decisiones que tome.

   c) Decisión
   Es el acto propio de la voluntad, es cuando elijo y quiero unos medios concretos para conseguir la meta que me he marcado. Elegir unos medios conlleva que hay otros que he tenido que dejar de lado, por no ser idóneos para la meta que me he marcado.

   La inteligencia, las tendencias humanas descubren metas a realizar, a conseguir, la decisión las concreta, y mediante la ejecución, aquello se hace operativo. Por eso, la voluntad consiste en preferir, en escoger una posibilidad entre otras y llevarla a término.

d) Ejecución
   Una vez que he decidido, el último paso en el acto voluntario es la realización de lo decidido, a pesar de las dificultades que se me puedan presentar. Este momento es el que requiere de la persona recursos de acción mayores para llevar a la práctica, lo que entiende que debe de hacer. Es también en este momento cuando puedo notar las dificultades, obstáculos que se me interponen y que me dificultan enormemente la consecución de la meta.

   La falta o carencia de voluntad se llama abulia o nolición que significa no querer. La abulia se presenta en cada una de las fases anteriores o en varias de ellas, así se puede hablar de abulia de metas o fines, abulia de deliberación, cuando no termina el proceso deliberativo. Abulia de decisión, cuando no decide, por estar dándole vueltas a las cosas, que si sí, que si no. Abulia de ejecución, cuando no realiza lo decidido.

   Hay que aclarar la distinción entre desear y querer, el deseo se manifiesta en el plano emocional, afectivo, sentimental, que con relativa facilidad aparece y desaparece. El querer se manifiesta en el plano de la voluntad y ha mediado el proceso enunciado anteriormente, tiene estabilidad y determinación.

El deseo se da con más frecuencia en el adolescente y no se traduce, ni conduce a casi nada. El querer es propio de la madurez y tiene capacidad de conducir a la meta mediante los ejercicios específicos que se proyectan en la dirección marcada.

Clases de voluntad
Podemos apuntar varias clases de voluntad:

Según la determinación que muestra:
a) Voluntad inicial: Es la voluntad capaz de romper la inercia y poner en marcha a la persona hacia el objetivo que aparece ante ella, hay que decir que si no hay constancia vale de poco, pues cuando surjan las dificultades abandonará de inmediato.

b) Voluntad perseverante: En ella intervienen elementos como el tesón, el empeño y la firmeza, y se va robusteciendo a medida que esos esfuerzos se repiten. Con una voluntad así se puede llegar a cualquier propósito.

c) Voluntad capaz de superar las frustraciones: La frustración es el obstáculo que aparece entre mi y las meta a conseguir, que deja en mi una sensación de fracaso. La frustración es necesaria para la maduración de la personalidad, el hombre fuerte se crece ante las dificultades, que son superadas a base de volver a empezar.

d) Voluntad para terminar bien la tarea comenzada: No se trata de empezar una tarea con buen ánimo, sino se trata de poner las últimas piedras de lo que se comienza y hacerlo bien, ello exige un entrenamiento diario.

Según el móvil que tenga nuestra voluntad:
1.- Consecución de metas relacionadas con el aspecto físico. Cuando es capaz de movilizar las energías por la consecución de cualquier meta corporal, física, pensemos en las dietas modernas de adelgazamiento, que llevan consigo un enorme sacrificio en la comida. El deporte en tantas facetas, la estética corporal, etc.

2.- Consecución de metas de ámbito social. Por medio de este móvil se pueden conseguir habilidades en la comunicación interpersonal, vencer la timidez o la dificultad de expresarse en público, etc.

3.- Consecución de metas de ámbito académico y cultural. La capacitación profesional eficiente, es uno de los móviles más fuertes en nuestra sociedad competitiva. La cultura hace al hombre más libre y con más criterio. Ser culto es ser rico por dentro, tener más claves para interpretar de forma correcta la vida humana.

4.- Consecución de metas referentes al prestigio y ámbito económico. En la sociedad de consumo necesitamos de dinero para tener cosas, es el ídolo al que hoy se le rinde adoración. Plantea el dilema del ser o tener. Por otra parte, el prestigio, la valía que tenemos ante los demás, es otro móvil importante.

5.- Consecución de metas espirituales. Busca los valores naturales y sobrenaturales. La necesidad de llenar el vacío interior, la búsqueda de la trascendencia que va más allá de lo material.

Según la meta requerida:
I.- Voluntad inmediata. Cuando la consecución del fin propuesto, requiere un ejercicio de inmediato de la voluntad, para poder alcanzar la meta a corto plazo.

II.- Voluntad a medio plazo. Cuando la consecución del fin que se ha propuesto, requiere el ejercicio de la voluntad durante semanas o meses para poder alcanzar la meta.

III.- Voluntad a largo plazo. Cuando la consecución del fin que se ha propuesto, requiere el ejercicio de la voluntad durante bastante tiempo –años- para alcanzar la meta. Es quien ha aprendido a esperar, y a sembrar.

Criterios en la educación de la voluntad
   Aclaremos de entrada lo que implica educar:
          Educar es ayudar a alguien para que se desarrolle de la mejor manera posible en los diversos aspectos que tiene la naturaleza humana.
          Educar es instruir, formar, pulir y limar el interior de la persona para que se vuelva más armónica y sea capaz de gobernarse a si misma.
          La mejor educación pretende sacar de si mismo lo mejor que tiene. Sacar la obra de arte escultórica del bloque de mármol bruto que somos cada uno al nacer.
   Enrique Rojas en un artículo publicado en un diario sobre la educación de la voluntad, propone los siguientes criterios o reglas:

1º La voluntad necesita un aprendizaje gradual.
Este aprendizaje se consigue con la repetición de actos en donde uno se vence, lucha y cae, y vuelve a empezar. La repetición de actos es lo que se entiende por hábitos. La gran ventaja que tienen, es que reducen considerablemente el coste de esfuerzo para la persona cuando realiza actividades a las que está habituado, sin ellos realizar la misma tarea supone más esfuerzo.

Por ello, uno de los objetivos que tiene la educación especialmente en los primeros niveles es crear hábitos, por lo que implica de cimentación para construcción posterior del edificio educativo. Hay que adquirir hábitos positivos mediante la repetición de conductas de forma deportiva y alegre.

   En las primeras etapas evolutivas es donde hay que prestar una especial importancia a la adquisición de los hábitos en los diversos campos: aseo, orden, urbanidad... Posiblemente costará esfuerzo, puesto que la voluntad está aún en estado primario, sin dominar, pero el resultado lo notaremos de inmediato, ya que estamos poniendo las bases del edificio educativo.

2º Para tener voluntad hay que empezar por negarse o vencerse en los gustos, los estímulos y las inclinaciones inmediatas.

   La educación de la voluntad tiene un trasfondo ascético, de lucha, de superación sobre todo cuando se empieza. Hay que tener espíritu deportivo para un día y otro realizar lo mismo, hasta habituarnos y por tanto, hacer las cosas con menor esfuerzo. Este es el gran beneficio de la voluntad educada y liberadora. Liberación no es hacer lo que uno quiere o seguir los dictados inmediatos de lo que deseamos, sino vencerse en las cosas pequeñas diarias para alcanzar las mejores cimas de propio desarrollo.

   La supresión de obligaciones y de constricciones exteriores, el dejarse llevar por los estímulos del momento.... pueden proporcionar cierta tranquilidad de momento, pero muy pronto deja al descubierto las carencias de esa personalidad. Lo explica el texto de Nietzsche: "No te pregunto de qué eres libre, te pregunto para qué eres libre".

   La tarea de los padres es hacer atractiva la responsabilidad, el deber y las exigencias concretas, para que no sea algo tedioso.

3º Tener objetivos claros, precisos, bien delimitados y estables.

   Saber qué es lo que quiero. Cuando esto es así, se ponen todas las fuerzas en ir adelante, los resultados positivos están a la vuelta de la esquina. Por eso produce sensación de plenitud aplicarse a las metas que me he propuesto, siendo capaz de apartar todo lo que pueda distraernos o alejarnos de las metas. Querer es pretender algo concreto y renunciar a todo lo que distraiga y desvíe de los objetivos trazados.


   Una meta cuanto más clara está a alcanzar para mí, más capacidad tiene de remover todas las energías y de superar todos los obstáculos hasta su consecución. Podemos decir que la fuerza de voluntad está en razón directa de la claridad de metas que tenga. Nos sucede como al automovilista que va por la carretera y de pronto pasa por un banco de niebla, la respuesta inmediata es reducir la velocidad porque no ve lo que tiene por delante. A nosotros nos sucede lo mismo, reducimos nuestra fuerza de voluntad porque no vemos lo que tenemos por delante.

4º La educación de la voluntad es un proceso de entrenamiento, especialmente en sus comienzos.

   El desarrollo de cualesquiera de las capacidades implica siempre un entrenamiento. Recibimos al nacer potencialidades pero éstas se desarrollan en la medida que nos entrenamos, que practicamos, y así poco a poco somos más eficientes en aquello.

   La voluntad no es una excepción a esta regla general de las facultades o capacidades, por eso en los comienzos es cuando exige esfuerzo la repetición de los actos para afianzar la voluntad. Luego también seguirá costando pero menos, porque empieza a generarse un hábito que constituye un germen de la voluntad, ya va estando afianzada, ya va echando raíces.

   El entrenamiento se ha de realizar tanto en el ambiente familiar como en el escolar. De ahí la conveniencia que exista una colaboración entre la familia y centro educativo.

5º Los instrumentos de la voluntad son: el orden, la tenacidad, la disciplina, la alegría y la mirada puesta en la meta.

   La voluntad para su desarrollo y crecimiento necesita de un hábitat que es el cortejo de valores que la acompañan y posibilitan su afianzamiento. Uno primero, es el orden, en los diversos planos, es decir, en la jerarquía de valores, orden en lo que tengo que hacer, orden para ponerme a estudiar en el momento previsto...

   Tenacidad como el valor que me hace perseverar a pesar de las dificultades, de las caídas, de las omisiones....Es el volver siempre a empezar, a no conformarse, a no quedarme en la cuneta con lamentaciones estériles.

   El valor de disciplina para saber qué es lo que tengo que hacer y hacerlo, al margen de mis estados de ánimo, de mis ganas.

   La alegría porque la autoexigencia puede resultar tediosa, dura. Necesito de la alegría como del aceite lubricante para que los roces y asperezas que conlleva el entrenamiento de la voluntad, sea asequible y atractivo a la persona.

6º Adecuación entre fines y medios, entre mis capacidades y las metas que me he marcado

   Ha de existir proporcionalidad, adecuación entre los fines y medios para conseguirlos, entre mis capacidades y las metas que me propongo. El desajuste entre ellos es una fuente de frustración y fracaso, con el efecto paralizante que ello tiene.

   Adecuar esos binomios precisa que la persona tenga el suficiente autoconocimiento para que mis metas no sean más altas que mis capacidades y por tanto, prácticamente imposible de conseguir, o al revés, que teniendo más posibilidades mis metas sean pobres para lo que puedo conseguir.








Fuente
Escuela de Padres
MEC
Ministerio de Educación de España

martes, 16 de julio de 2013

¿Para aprender hay que esforzarse?

El “Esfuerzo del alumno” está en el centro de atención de los docentes, muchas veces se habla de carencias, pero ¿Qué entendemos por “esfuerzo”? ¿Se puede aprender? ¿Qué podemos hacer los adultos? ¿Qué patrones de conducta familiar conviene adoptar?





En el artículo titulado “El valor del esfuerzo en la formación de la persona” se analiza qué se entiende por esfuerzo, cuál es la importancia que el Sistema Educativo da al esfuerzo, la relación del esfuerzo como valor de la persona con otros valores como la disciplina, la obediencia, el trabajo bien hecho, etc.

En el presente artículo queremos reflexionar sobre las posibilidades que existen de fomentar el valor del esfuerzo en el niño, la importancia que tiene el esfuerzo de la persona para un mejor aprendizaje, veremos cómo sí es posible que su hijo aprenda a esforzarse y enumeraremos (además de las ya citadas en el artículo citado) unas pautas concretas que usted, padre/madre, puede poner en práctica para ayudar a su hij@ a esforzarse.

Por ESFUERZO entendemos la “acción enérgica del cuerpo o del espíritu para conseguir algo”. También “empleo de elementos costosos en la consecución de algún fin” (Diccionario Espasa Calpe, 2001).

Algunos autores afirman que existe aprendizaje sin esfuerzo. Parte de verdad tienen porque hay que recordar que buena parte de las competencias funcionales que el individuo adquiere (la comunicación, la capacidad de andar, etc.) se aprenden con muy poco esfuerzo. Si consideramos la segunda acepción de la definición de esfuerzo que hemos citado, el esfuerzo supone poner en juego “elementos costosos” ante una tarea, planificar los pasos que deberán realizarse, anticipar sus consecuencias, pensar en indicadores de progreso, supervisar la actividad mientras se realiza, revisar los resultados intermedios, introducir las correcciones necesarias, buscar alternativas de solución a un incidente no previsto, evaluar la adecuación del proceso seguido y la pertinencia del producto obtenido, aprender de los errores cometidos para próximas tareas, y esto sustentado sobre mecanismos de automotivación que la persona debe crear como alimentar el propio interés, controlar la ansiedad, reducir los sentimientos de miedo a fracasar, persistir en el empeño, o pedir apoyo y ayuda cuando sea necesario.

Según lo anterior, el esfuerzo es también una cuestión de grado como sucede con la motivación. No hay una sola manera de esforzarse, sino muchas. El simple hecho de escuchar un momento a un adulto supone para muchos niños un esfuerzo enorme aunque no se impliquen en absoluto en la explicación. Debemos tener en cuenta que el esfuerzo en sí mismo no garantiza el aprendizaje. Sin esfuerzo es difícil que haya aprendizaje, pero a menudo el simple esfuerzo conduce únicamente al hastío o a aprendizajes de ínfima calidad.

El esfuerzo se aprende.
Hay quien dice que todo aprendizaje implica un esfuerzo. Un factor determinante del éxito escolar en todas sus etapas es el desarrollo, cultivo y afianzamiento de la voluntad de aprender. Esta voluntad de aprender posee un doble sentido: por un lado, se trata de un querer saber (actitud de atención hacia el mundo, nosotros mismos, etc.).
Por otro, es también un querer poner los medios para saber: quiere decir, estar dispuesto a movilizar la mayor cantidad de recursos posible para conseguir el aprendizaje mediante el esfuerzo. Es preciso presentar el esfuerzo como un progreso sostenido a lo largo de un proceso de aprendizaje.        
Es en el periodo de 3 a 5 años cuando se deben establecer las bases para que el individuo pueda ir interiorizando la necesidad de esforzarse como parte esencial de su responsabilidad en el proceso educativo.

    Para el aprendizaje del esfuerzo contamos con una serie de principios que orientan la enseñanza de estrategias de autorregulación del esfuerzo. Estos principios son tres:
 Las estrategias se deben centrar en la comprensión de la necesidad de esforzarse en determinadas circunstancias y de ajustar ese esfuerzo al objetivo y condiciones de la tarea en cuestión.

 Las estrategias han de permitir al niño tomar conciencia del conjunto de decisiones y operaciones mentales que pueden facilitar el mantenimiento y regulación de su esfuerzo.
 Las estrategias han de focalizar el trabajo en la gestión de los factores emocionales que acostumbran a acompañar a aquellas actividades que exigen un cierto nivel de esfuerzo como pueden ser la ansiedad, el desánimo, la impotencia, la incertidumbre, etc.

Teniendo en cuenta estos principios, desde el primer momento, el adulto debe poner en juego una serie de estrategias que se resumen en favorecer el interés y anclar en esa actitud las exigencias de un rendimiento cada vez mayor.

Los padres deben saber que en el Sistema Educativo se busca alcanzar la finalidad de la personalización del esfuerzo a través de los siguientes objetivos que también se han de buscar en el ámbito familiar:
1. Suscitar el interés de los chicos, diseñando una variedad de actividades motivadoras que promuevan o faciliten el esfuerzo y logren captar el interés del niño.
2. Ayudar a organizar la información y ofrecer las herramientas necesarias que posibiliten la adquisición de los conocimientos y refuercen la confianza en las propias capacidades.
3. Diseñar estrategias para superar las dificultades, disfrutar los logros y compartir unas y otras experiencias con los demás.
4. Mantener la continuidad en la exigencia.

Pero no en todos los ámbitos familiares se fomenta de igual manera el esfuerzo. Así nos encontramos distintas formas de actuar o PATRONES DE CONDUCTA FAMILIAR a la hora de inculcar en los niños este valor:
1. No querer traumatizar a los niños obligándoles a esforzarse. Creen que “bastante se han esforzado y se esfuerzan ya ellos".
2. Incoherencia al obligar a sus hijos a esforzarse en determinados ámbitos, generalmente el académico, y no mostrar la misma firmeza ante otras cuestiones como pueden ser asumir responsabilidades en cuanto a hábitos de autocuidado, compartir tareas de la casa, prescindir de algo en beneficio de los demás..., convirtiéndose en “asistentes” de sus hijos y colaboran con la ingenua creencia de que si les liberan de estas tareas van a tener más energías y tiempo para estudiar.
3. Transmitirles un doble mensaje contradictorio: uno de modo explícito que consiste en insistir en el valor del esfuerzo para alcanzar y mantener metas de tipo material o de estatus social y otro implícito por la realidad percibida por el niño de unos padres insatisfechos por una vida extremadamente competitiva, falta de tiempo, estrés, etc. que hace preguntarse a los hijos si merece la pena esforzarse para alcanzar ese resultado.
4. Creer que es mejor no intervenir directamente en la educación de sus hijos “que la vida ya les enseñará lo que deben hacer y lo que cuesta ganarse las cosas” o bien “que la naturaleza ya se encargará de hacer su trabajo e irlos madurando”.
5. Pensar que la motivación implica entretenimiento y que básicamente ha de venir la escuela. “Mi hijo no aprende porque la escuela, los profesores o el método empleado no son atractivos para él”.
6. Obstinarse en que sus hijos se esfuercen por alcanzar metas adecuadas desde el punto de vista paterno, sin tener en cuenta las capacidades, motivaciones o intereses del niño.
7. Fijar la atención solamente en los comportamientos inadecuados y en las equivocaciones, potenciando, así, la inseguridad y la apatía.
8. Fomentar diferencias entre los roles de género, reforzando la elección de caminos distintos en función del sexo.

El problema con el que nos encontramos los adultos es que debemos enseñar a los niños a esforzarse, a comprender el valor y el sentido del esfuerzo, a esforzarse en la dirección adecuada. Para enseñar a esforzarse es imprescindible transmitir los BENEFICIOS DEL ESFUERZO. En primer lugar los conocimientos que producen una satisfacción íntima, ayudan a comprenderse a sí mismo y al mundo en el que nos ha tocado vivir. Nos ayudan a encontrar respuesta a las muchas preguntas que nos surgen; conocer las propias limitaciones y tener el valor suficiente para seguir arrancándole a la vida los innumerables secretos que encierra. En segundo lugar, los productos del conocimiento ya que gracias a ellos, el hombre ha evolucionado y ha conseguido mejorar su calidad de vida. Por último, el desarrollo de la propia personalidad. Con el esfuerzo, el hombre consigue el máximo de sí mismo.


Fuente
Escuela de Padres
MEC
Ministerio de Educación de España

sábado, 6 de julio de 2013

Relación Familia Escuela y Sociedad



La tarea educativa es compartida, no sólo le corresponde a la escuela y la familia, sino que debe ser asumida por la sociedad en su conjunto ¿Cómo debe funcionar el centro escolar?  ¿Qué significa “Comunidad Educativa”? ¿Cómo debe ser la vida en el? ¿Qué estrategias emplear?


La escuela necesita a la familia y ésta necesita a aquella, para poder llevar adelante las funciones y tareas que el momento presente exige. Esta implicación incluirá la corresponsabilidad en el logro de las metas educativas y la colaboración en los procesos instructivos escolares de los tres ámbitos básicos que conforman el proceso educativo: el ámbito familiar, el ámbito escolar y el ámbito social.

El ideal es que el centro escolar, en general, se convierta en una comunidad educativa (fuerte relación personal, unión de esfuerzos, compromiso ante los valores, sentido de solidaridad, prestación de apoyos, gestión conjunta,...), creando la atmósfera necesaria para que pueda darse la convivencia dentro de una democracia participativa. Hacer tanto de la escuela como del hogar espacios imprescindibles. Cada uno tiene un papel que desempeñar pero desde un horizonte común y coherente en la formación de las nuevas generaciones. La educación necesita el diálogo entre estas instituciones que deben buscar puntos de convergencia. Es preciso establecer nuevos esquemas de colaboración basados en el respeto mutuo, orientando la colaboración hacia la búsqueda conjunta de soluciones para afrontar mejor un problema compartido: adaptar la educación a las exigencias de una sociedad en la que las dos principales instituciones educativas, caracterizadas por su aislamiento, ya no están ni pueden estar aisladas. Este hecho es lo bastante importante como para dar pistas sobre las que poder elaborar “un nuevo pacto educativo”.

El objetivo de la participación de los miembros de la comunidad educativa en la vida del centro es procurar la mejora de las condiciones del centro para hacer posible el desarrollo del alumno, su aprendizaje y su preparación para el desenvolvimiento y adaptación a la vida adulta. Debería significar que todos los comprometidos en la crianza y educación de los niños y niñas reúnan sus esfuerzos en un objetivo común, respetando cada uno el espacio de los demás, sus respectivas responsabilidades y competencias técnico-profesionales. Algunas estrategias o propuesta que consideramos básicas en la mejora de este proceso son las siguientes:

— Crear un ambiente de conocimiento, aprecio y confianza mutua.
— Analizar las nuevas funciones o competencias que cada agente debe asumir, así como acuerdos y aportaciones mutuas sobre los roles a desempeñar.
— Fomentar la formación para la participación (seminarios conjuntos de familias y profesorado para los temas de participación). El aprendizaje del valor de la participación, valor fundamental en la sociedad actual, debe ser fomentado en el aula y en el centro escolar.
 — Promover mecanismos de información entre la comunidad educativa (publicación de boletines y revistas de información básica del funcionamiento del centro, murales, etc.).
— Incorporar en los Proyectos Educativos de Centro los recursos que ofrece el entorno y aprovecharlos para llevar a cabo sus objetivos educativos.
— Trabajar de manera cooperativa, deseo de trabajar juntos, así como comunicación y toma de decisiones por consenso.
— Promover la creación de escuelas de padres y madres y la participación en programas de orientación educativa para la vida familiar para dar respuesta a las necesidades de formación que sienten muchos de ellos. Es una oportunidad de acercamiento de los padres al centro, de interacción con el profesorado y, en ocasiones, el propio hijo en un marco que no es habitual. Al mismo tiempo, el profesorado, puede llegar a conocer mejor a los padres, a compartir más información y comprender con mayor alcance las diversas circunstancias familiares del alumnado.
— Fomentar la relación entre familias y educadores para compartir la responsabilidad en la educación del alumnado (tutorías, mejorara técnicas de comunicación, etc.).
— Realizar proyectos conjuntos entre los diversos sectores que conforman la comunidad educativa (asociaciones, entidades, etc.).

La intención de esta reflexión ha sido dejar manifiesto el papel imprescindible de la educación en la sociedad actual y la responsabilidad de quienes desempeñan funciones de paternidad, tutelares y docentes.


Extraído de
Familia, Escuela y Sociedad
Susana Torío López
Universidad de Oviedo

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