Siempre
nos hemos manifestado en este blog por la necesaria alianza familia-escuela,
que se traduce en una fuerte participación parental en las instituciones
educativas, pero ¿Cómo evoluciona esta participación? ¿Cómo procurar que se
profundice? ¿Cuáles son sus posibilidades?
¿Hacia dónde vamos en la participación de los
padres de familia en la educación?
Mi interés por reflexionar
sobre la participación social de los padres de familia en la educación proviene
de tres fuentes. La primera la investigación sociohistórica, esto es, en torno al
papel histórico de los padres de familia en la construcción de la escuela
primaria. La segunda es mi experiencia laboral y personal, pues pasé de ser
maestra rural federal a formadora de docentes en servicio, lo que me ha
permitido mantener un contacto constante con los educadores, con los
imaginarios, las concepciones y las prácticas que dan forma al tejido social de
las relaciones entre maestros, escuelas, comunidad y padres de familia. La
tercera es el constante cambio de rol que hago todos los días de investigadora
a madre de familia que intenta participar en las escuelas de sus hijas.
Expuestos los
antecedentes, inicio entonces con un acercamiento en torno al vínculo entre
padres de familia, escuela, maestros y sistema educativo a partir de tres nudos
problematizadores.
1. ¿Qué tan relevante resulta en México y en los países de América
Latina la participación de los padres de familia en la educación?, ¿qué
correlación existe entre dicha participación y la mejora educativa? Y aquí son
pertinentes dos acotaciones respecto a estas preguntas. Primera acotación: en
los países desarrollados se les atribuye a la familia y a la comunidad un peso
decisivo en el logro escolar; esto se explica porque existen en forma más o
menos generalizada mejores condiciones de vida, lo cual permite contar con una
base común en el capital cultural de las familias. Bajo esta lógica, la familia
y la escuela tienen un abanico de vínculos coincidentes. Segunda acotación:
diversos estudios que abordan el tema de los factores que inciden en los magros
resultados educativos en los países de América Latina, consisten en que estos
logros de regular a bajo son efecto de lo que sucede en el entorno familiar de
los niños. Por otro lado, la participación de los padres de familia y los
mejores resultados educativos tienen como base también las condiciones sociales
y económicas de las comunidades en las que residen, y son frutos de la
efectividad o eficiencia de las escuelas.
Respecto a la
familia, las variables que los estudios establecen y que se relacionan con los
niveles de logro, los he agrupado en tres grandes bloques. En primer lugar, el
conjunto de elementos relacionados con los bienes materiales que la familia
posee, que van, por ejemplo, desde libros y computadoras, pero que
evidentemente en las comunidades rurales indígenas es difícil brindar a los
hijos. No obstante, cabe preguntarse entonces qué tipo de recursos hay en el lugar,
con los cuales entra en contacto el niño para aprender, así como averiguar la
infraestructura, los servicios de salud y la alimentación disponibles. Estos
factores son importantes porque inciden en cómo los papás se involucran con los
niños y se relacionan también con la posibilidad de estar cerca o lejos
respecto a lo que la escuela requiere o dispone culturalmente y lo que las
familias tienen. Otra de las variables simbólicas es la manera en que el hogar
se organiza, es decir, si hay claridad con los roles. Entre las variables
simbólicas también cobra un enorme peso el clima afectivo, si es un hogar donde
el niño recibe afecto y se siente querido. Un tercer conjunto de elementos
relacionados con la familia se refiere a la escolaridad de los padres, las
estrategias de aprendizaje y los conocimientos previos adquiridos por los
pequeños en la familia y a lo largo de su educación básica y cómo se involucran
las familias o no en las tareas escolares.
Hasta aquí hay un
conjunto de elementos muy complejos que agrupé en esta cuestión de lo material
o lo simbólico y lo referido estrictamente a la escolaridad. A
partir de ahí las combinaciones son múltiples y establecen una especie de
mosaico que hablan sobre la manera en que la familia participa en la educación
de los menores.
Respecto a la
comunidad, las investigaciones señalan que las comunidades desorganizadas que
viven procesos de cambio acelerado –con poco o nulo involucramiento en la
escuela, con menos actividades comunitarias que refrenden el sentido de
pertenencia y la identidad, con poca confianza en la escuela, con problemas de
marginación y de inseguridad– tienen altas probabilidades de que este conjunto
de elementos, donde la cohesión social está muy erosionada, impacten en el
logro académico de los menores.
2. Entonces, el segundo punto es que mejorar las dinámicas educativas
requiere considerar el vínculo entre familia, escuela y comunidad, justamente
en este orden, en el cual la escuela queda como núcleo de articulación. Pero
aquí falta una consideración más: cuál es el papel de los sistemas educativos
en este vínculo que se ubica en el plano microsocial. Al respecto planteo las
siguientes consideraciones y una hipótesis explicativa. En América Latina se
estructuraron sistemas educativos centralizados y burocratizados, en los cuales
la participación social fue un tema marginal. Pero también se presentó en el
caso de algunos países de América Latina, que en el marco de Estados
autoritarios o populistas interventores y/o benefactores se generó una escasa
cultura de participación, o bien éstas pudieron adoptar formas corporativas u
operaron por medio de un movimiento social de resistencia. Así, traemos un
bagaje histórico que no podemos negar, en el cual el protagonismo ha dominado las
intenciones de participación social en el último siglo. Sin embargo, con el
advenimiento de las democracias en América Latina, los discursos y debates
sobre la participación social en general han cobrado relevancia por dos vías:
el Estado como promotor y los organismos que se han dedicado a promover la
gestión de estas demandas específicas ante instancias gubernamentales.
Sin embargo,
considero que los niveles de logro con que se evalúa el rendimiento escolar
constituyen, en muchas ocasiones, una arbitrariedad cultural, generalmente
acordes con un mundo de vida urbana en el cual las formas asociadas con lo
indígena y lo rural son escasamente consideradas. Esto contribuye a ampliar la
distancia entre lo que la escuela es como institución o núcleo de la operación
de la política y los padres de familia. En el marco de este contexto, el
problema reside en si es o no posible promover la participación social en la
educación, la cual requiere de sistemas de educación flexibles y de un
compromiso con la democracia.
La hipótesis que
planteo respecto a la intervención de los sistemas educativos en la
participación de los padres de familia en la educación es la siguiente: para
que la participación social sea real en las escuelas se requiere que todos los
actores aprendamos a participar en un marco de derechos y obligaciones, y
seamos guiados por una convicción democrática, pero lo anterior requiere tiempo
y paciencia, pues implica un cambio cultural, y también un sistema educativo flexible
que avance hacia una verdadera descentralización.
3. Tercer problema: ¿pero qué es la participación social?, ¿de qué
hablamos cuando nos referimos a la participación de los padres de familia en la
educación? La participación social implica concebir la acción de los sujetos e
insertar procesos de construcción, reproducción y transformación social, es
decir, ubicada en contextos históricos y culturales heterogéneos. Desde esta
perspectiva, en el caso de la educación es posible pensar en la construcción de
tramas de participación, pero éstas deben ser diversas y múltiples, y tejidas
en contextos temporales y sociales diversos, dentro de los cuales los actores
hacen de las escuelas construcciones sociales con rasgos únicos, pero que a la
vez son comunes porque son parte de una nación y de un sistema educativo. Las
cuestiones expuestas nos llevan a pensar que el tema de la participación de los
padres en la educación implica una identificación plena entre ellos y la escuela. Por lo
tanto, se torna necesario definir los vínculos, límites y alcances de la
relación entre el Estado, las escuelas y la comunidad y los padres de familia.
Si la escuela es el
punto de encuentro en el que operan las políticas educativas y la participación
social de los padres de familia se erige como necesaria para mejorar la
educación, entonces, los padres deberían ser vistos como partícipes activos de
un proceso no sólo relacionado con el aprendizaje de sus hijos, sino la forma
en que los adultos debemos también aprender a participar dentro de una sociedad
democrática. Se trataría de hacer tejidos finos entre lo global, lo nacional,
lo regional y lo local, pero también en sentido inverso, de lo local a lo global.
Hasta aquí planteo
los problemas intrínsecos. Aunque poseemos la herencia de una escasa
participación social o de una participación corporativa, también tenemos una
experiencia muy rica que en mi opinión es preciso reconsiderar. Por ejemplo, en
el siglo XIX, antes de que existieran ministerios de la educación centralizados
en América Latina y también en México, los padres de familia proponían a un
miembro de la misma comunidad al que le tenían la mayor confianza para que
inculcara a los niños y las niñas los conocimientos elementales; solían
facilitar el local donde funcionaría la escuela y cooperaban para el pago de
los maestros y de los útiles escolares.
Asimismo, los padres
de familia solían responder a los llamados del párroco o de la autoridad
municipal cuando ésta promovía la escuela y solían cooperar para sostenerla. En
muchas ocasiones eran los padres quienes enviaban misivas a la autoridad para
pedir la reapertura de la escuela, o bien, para pedir que se destituyera a un
maestro por alguna razón específica. En pocas palabras, la participación de los
papás era fundamental para la promoción y el sostenimiento de las escuelas. Y
esta dinámica compensaba una débil y desigual presencia de las instancias de
gobierno en el sostenimiento de los establecimientos escolares y la
inexistencia de un sistema educativo nacional.
A medida que en el
siglo XX los Estados nacionales se fortalecieron y crearon sistemas educativos
rectores, la participación de los padres la regularon los gobiernos mediante
los ministerios de Educación que fueron estableciendo; de manera simultánea, la
sociedad se fue escolarizando y los países de América Latina pasaron de una
población fundamentalmente rural a una urbana. En décadas más recientes, la
mujer se incorporó de forma masiva al mundo del trabajo y la participación de
los padres en la familia respecto a la crianza, la disciplina y la regulación
de los tiempos de los hijos, se fue también desestructurando. Además, en la
actualidad los tipos de familias se han diversificado y los roles de los padres
se están reformulando.
Es importante hacer
este tipo de consideraciones para imaginar cómo debe ser o dónde hay espacios
para establecer vínculos con los padres.
A continuación
presento mis ideas principales:
1. La participación
social en la educación es un derecho y una responsabilidad.
2. La participación
de los padres de familia en la educación implica lo formal, es decir, las
normas, pero también lo informal, lo que se da en la realidad.
3. Implica lo que ya
está instituido, es decir, la herencia que traemos, y debemos reconocer lo insustituibles
que son estos proyectos.
4. Implica que
debemos considerar a los padres como educadores directos de sus hijos dentro de
la familia.
5. La participación
social de los padres de familia se torna necesaria en el marco de cambios
respecto al adelgazamiento del Estado, la desconcentración de la educación que,
insisto, debería moverse más hacia la descentralización, la complejización de
la sociedad civil, y la construcción de una cultura democrática.
6. Los programas destinados
a la mejora de la educación en zonas indígenas y rurales o urbanas en
condiciones de marginación requieren de apoyos para mejorar las condiciones de
vida de las familias, y al mismo tiempo fomentar la participación de los padres
y la comunidad. Es
decir, la sola participación de los padres no mejorará la educación; necesita
también que la estructura del sistema educativo apoye con los demás factores
que gravitan y que se relacionan en forma estrecha con las condiciones de vida
de las familias pobres.
7. La participación
de los padres de familia constituye un elemento necesario, mas no el único,
para la mejora de la calidad de la educación.
8. Y por último, la
participación de los padres en la educación debe ubicarse en dos planos: la
educación en el hogar y la mejora de la educación en la escuela.
Si la escuela es el
punto de encuentro en el que operan las políticas educativas, y la
participación social de los padres de familia se erige como necesaria para
mejorar la educación, entonces, los padres deberían ser vistos como partícipes
activos de un proceso no sólo relacionado con el aprendizaje de sus hijos, sino
la forma en que los adultos debemos también aprender a participar dentro de una
sociedad democrática.
Últimas consideraciones:
El éxito de la
participación social implica un nosotros en tanto forma de educarnos. Es decir,
quien promueve o motiva la participación social no debe asumirse como el
experto, sino también como alguien que va a aprender y a participar en una
relación horizontal.
La participación con
los padres de familia se da en lo próximo, en lo cotidiano, bajo un diálogo
donde se establezcan de manera explícita intenciones que originen proyectos.
La participación
puede consistir en atender los citatorios de los directores y maestros; en que
los padres informen, opinen, se quejen; en que los padres ejecuten y ayuden a
llevar un oficio a la secretaría, al ayuntamiento, o también que se impliquen
en los proyectos escolares. Otro principio que encontré es que la participación
de los padres significa que se les informe, se les escuche, se les consulte,
que dialoguen, que se tomen decisiones, que negocien, que se construyan
consensos, que se compartan decisiones y que éstas las acepte la mayoría. Es preciso
evitar que los maestros vean en los Consejos Escolares de Participación Social
un cúmulo más de trabajo administrativo.
Otro conjunto de
cuestiones se relaciona con estimar un abanico de posibilidades de la
participación, sobre todo porque en las escuelas urbanas hay una distancia real
entre los padres de familia, que en su mayoría trabajan, y la escuela. Esto
implicaría la necesidad, insisto, de un currículo más flexible que dé cabida a
tiempos, espacios y a la generación de proyectos que puedan relacionarse con
estos asuntos escolares locales y regionales, y que los maestros tengan tiempo
de promover la participación y enseñarse a construir consensos.
En suma, creo que
hay un largo camino por andar, pero de entrada a quienes estamos aquí nos mueve
un primer gran consenso en torno a dos puntos: la importancia de construir una
sociedad democrática y la participación de todos, y que nosotros como
educadores, la promovamos entre los padres de familia.
Autora
María Guadalupe
García Alcaraz
Investigadora del
Departamento de Estudios de Educación de la Universidad de Guadalajara;
licenciada en educación media, con especialidad en ciencias sociales de la Escuela Normal Superior
de Jalisco. Maestra en estudios regionales por el Instituto de Investigaciones
Doctor José María Luis Mora, y doctora en educación por la Universidad Autónoma
de Aguascalientes.