Sin dudas todos queremos que nuestros hijos y alumnos sean reflexivos ¿Esto se da de manera espontánea? ¿Debemos promover ese tipo de pensamiento? ¿Cómo? El siguiente artículo desarrolla el tema.
El pensamiento crítico es el proceso de analizar y evaluar el pensamiento con el propósito de mejorarlo. El pensamiento crítico presupone el conocimiento de las estructuras más básicas del pensamiento (los elementos del pensamiento) y los estándares intelectuales más básicos del pensamiento (estándares intelectuales universales). La clave para desencadenar el lado creativo del pensamiento crítico (la verdadera mejora del pensamiento) está en reestructurar el pensamiento como resultado de analizarlo y evaluarlo de manera efectiva.
Todas las personas pensamos, pero no siempre somos conscientes de nuestro pensamiento y, menos aún, de nuestro propio proceso de pensar. Emitimos juicios o tomamos decisiones sin sopesar si nos faltan datos, si nos dejamos llevar por prejuicios y creencias previas, o si nos basamos en fundamentos erróneos ajenos a la evidencia de los hechos, a la reflexión de las opciones posibles y al argumentario del propio razonamiento. “Necesitamos reflexionar sobre nuestro pensamiento y al mismo tiempo pensar en cómo mejorarlo” , nos dicen Linda Elder y Richard Paul, de la Fundación para el Pensamiento Crítico creada en EE.UU.
¿Por qué es tan importante desarrollar esta competencia, especialmente desde la Educación familiar y escolar?
La respuesta más remota nos viene de Sócrates y sus preguntas socráticas cuando afirmaba que una vida sin reflexión sobre ella misma, sin examinarse, no vale la pena vivirla.
También me recuerda la sabia actitud de Harún al-Raschid, califa de Bagdad, -con un esplendoroso reinado cultural, científico y económico- cuando, según se nos cuenta en “Las Mil y Una Noches”, disfrazados de comerciantes él y su emir se mezclaban por la medina y los arrabales de la ciudad para saber qué opinaban sus súbditos de su gestión o de su reino, con el afán de ser más justo en su gobierno.
Él “abandonaba” su trono momentáneamente para ser más merecedor del mismo. De otra forma, pero con ese “distanciamiento” táctico, el pensamiento crítico nos sugiere que cambiemos de perspectiva, nos hagamos preguntas, reflexionemos sobre nuestro propio pensamiento y lo mejoremos. Nuestro cerebro es, sin duda, el trono desde donde gobernamos nuestro destino porque la mente no sólo piensa, sino que también siente y quiere.
No es una cuestión menor. La vida de las personas se ve condicionada, para bien o para mal, por las decisiones acertadas o erróneas que toman en cada momento. De modo similar, el futuro de las sociedades democráticas depende de los “estados de opinión” y de las “decisiones” públicas, asociativas, reivindicativas o electorales por parte de la ciudadanía. ¿Pero qué ocurre cuando actuamos sin pensar, sin valorar, sin reflexionar o sin prever las consecuencias? ¿Qué puede pasar cuando una mayoría ciudadana desinformada, crédula o irreflexiva elije opciones que determinen el desarrollo de nuestra propia vida o de la de nuestros hijos? ¿Qué puede aportar la educación y el pensamiento crítico para evitar las decisiones erróneas y orientarlo para tener mejores hábitos mentales y disposiciones hacia el compromiso cívico, la responsabilidad social y el bien común?
“Enseñe a las personas a tomar decisiones acertadas y las equipara para mejorar su propio futuro y para convertirse en miembros que contribuyen a la sociedad, en lugar de ser una carga para ellos”, nos dice Peter A. Facione, Rector de la Universidad Loyola de Chicago.
Desde Movilización Educativa hemos propuesto una 9ª Competencia Educativa que denominamos “Aprender a pensar”. Una competencia complementaria y transversal a las ocho promovidas por la Unión Europea y el Ministerio de Educación Español: competencias lingüística, científico-matemática, de interacción con el medio, digital, social y ciudadana, cultural y artística, aprender a aprender, y capacidad para emprender. ¿Es necesario esta nueva competencia o está cubierta por las otras?
Desde la Universidad de Padres y su modelo de educación para el talento y los recursos educativos promovemos la filosofía para niños, la inteligencia intelectual, emocional, social y ética. Entrenar a nuestros hijos en estas capacidades, sin duda, incrementará la inteligencia compartida y la responsabilidad social para mejorar nuestra realidad.
¿Cómo lograr que nuestros hijos o alumnos aprendan a pensar formal y éticamente mejor con las técnicas del pensamiento crítico? Antes de sugerir algunas respuestas a esta pregunta clave, quiero hacer observar que estamos en una sociedad que muchas veces pervierte el verdadero significado de las palabras, devaluado por la publicidad y la demagogia de algunos políticos o medios de comunicación. ¿Qué pensamos de una persona cuando se dice de ella que es “muy crítica”? ¿La ensalzamos o devaluamos por ello? ¿Lo es realmente? ¿Somos “apocalipticos o integrados”, como expuso Umberto Eco? La necesidad de ser “crítico” ha derivado, muchas veces, hacia el “hipercriticismo” irredento y disolvente.
Este enfoque erróneo impide toda posibilidad real de razonamiento y consenso, haciendo inviable el necesario diálogo social, llegando a producir efectos globales contrarios: un pensamiento contraproducente, pobre, no crítico y por tanto, difuso y “único”. Frente a esta situación de caos edu-cultural y babélico, donde es imposible entenderse, necesitamos trabajar unidos para resolver los problemas comunes, presentar datos y evidencias, escuchar todas las partes de un conflicto, considerar todos los hechos, concebir alternativas valiosas. Urge un pensamiento crítico que, consciente de sus limitaciones, “se esfuerce por disminuir el poder de nuestras tendencias egocéntricas y sociocéntricas” (Elder y Paul).
Sin duda el personaje literario que mejor podría ayudarnos a representar el pensamiento crítico sería el detective Sherlock Holmes, por su capacidad de observación y por su razonamiento deductivo para resolver casos difíciles.
Las habilidades cognitivas y disposiciones del pensamiento crítico serían: interpretación, análisis, evaluación, inferencia, explicación y autorregulación. Para construir el mapa conceptual de esta teoría cuarenta y seis personas de Estados Unidos, representantes de muchas disciplinas académicas, siguieron el método Delphi durante dos años, coordinados por la Asociación Filosófica Americana y se publicó en 1990 con el título: “Pensamiento Crítico: Una declaración de consenso de expertos con fines de evaluación e instrucción educativa”.
Según este informe, una persona con pensamiento crítico posee: confianza en la razón y en la integridad intelectual, una mente abierta, es inquisitivo, humilde y empático, muestra coraje intelectual, tiene agudeza perceptiva, se cuestiona permanentemente, es capaz de mantener un control emotivo y valorar de forma justa, y posee autonomía para decidir y para hacerse responsable de ello. Esto no significa que sea una persona racionalmente fría. El pensamiento crítico ha estudiado cómo integrar el sistema más intuitivo (heurístico) con el sistema más reflexivo (racional) para dar a las personas herramientas vitales para su toma de decisiones.
¿Qué recursos educativos concretos podríamos usar en la familia o la escuela?
El pensamiento crítico en educación es heredero de la llamada Escuela Activa o Nueva que tiene entre sus promotores a John Dewey, en su obra. “Cómo pensamos: pensamiento reflexivo y proceso educativo”. Una corriente educativa que impulsó los métodos activos para “aprender haciendo o pensando” con el mayor protagonismo posible del estudiante.
En este sentido, para situar las siguientes propuestas que nos hace la Fundación para el Pensamiento Crítico, debemos considerar que la estrategia básica es transferir la responsabilidad sobre el aprendizaje del maestro al alumno. No enseñamos nosotros, aprenden ellos. Nosotros somos modelos, facilitadores y entrenadores del proceso. Veamos algunas de sus recomendaciones para incentivar al alumno a construir su propio conocimiento:
Haga preguntas en casa o en la clase para estimular la curiosidad. Introduzca alguna pregunta guía para orientar el proceso de observación o las cuestiones clave.
Parta de saber los conocimientos previos sobre lo que van a estudiar posteriormente. Invite a recoger datos y pruebas.
Introduzca principios del pensamiento crítico a la vez que enseña su materia. Invite aproponer hipótesis para luego comprobarlas.
Facilite la participación de todos, no solo de los voluntarios.
Fomente la “escucha atenta” y la “escucha activa”.
Hable menos para que los estudiantes piensen más.
Sea un modelo. Utilice el método socrático para hacer preguntas y para reflexionar.
Pida que los estudiantes expliquen sus tareas y sus propósitos.
Descomponga proyectos en partes más pequeñas y documente su progreso.
Fomente los debates respetuosos y argumentados, y elabore mapas conceptuales que ordenen los elementos tratados con claridad y lógica.
En suma, según Paul y Helder, el pensamiento crítico permite “brindar información, definir, formular hipótesis, resolver problemas, evaluar las pruebas aplicadas y obtener conclusiones”.
Necesitamos hijos, alumnos y ciudadanos más capacitados para pensar y más competentes para actuar en esta época compleja en que vivimos. Sin duda, si aplicamos lo que he dado en llamar el método N.A.S.A. de evaluar proyectos sistémicamente, la competencia para “Aprender a pensar” (recogiendo –entre otras – las documentadas propuestas del pensamiento crítico como corriente educadora y social) es Necesaria para una sociedad civil más consciente de sí misma, Adecuada para estos momentos difíciles, Suficiente como metodología esencial y está Abierta a nuevas aportaciones prácticas que faciliten su transferencia de ideas, actitudes, recursos y hábitos a nuestros jóvenes.
Autor
Pedro Molino
Pedagogo y tutor de la Universidad de Padres on-line