La escuela formula a la familia una serie de demandas que la
mayoría de los profesores desean para su interacción con el alumnado.
1. Los educadores constatan cada día que los niños llegan a
la escuela sin el apoyo familiar tradicional que les daba seguridad; el
desarrollo de su personalidad está caracterizado por la debilidad de los marcos
de referencia. Los centros educativos demandan a los padres aspectos como mayor
contacto con los profesores, dedicar más tiempo a sus hijos, dialogar con ellos
y mayor participación en actividades educativas.
2. La escuela pide a la familia que prepare al niño para su
inserción en el ambiente escolar: socializar para la cultura escolar. Se exige
a la familia que sea responsable de que el alumno llegue a la escuela en
condiciones, tanto materiales como psicológicas, de educabilidad. En palabras
de Savater, el “eclipse de la familia
como factor de socialización primaria”, por el que los niños ingresan en la
escuela sin la formación social básica, que favorece de entrada el aprendizaje.
Si la socialización primaria se ha realizado de modo satisfactorio, la
socialización secundaria será mucho más fructífera, pues tendrá una base sólida
sobre la que asentar sus enseñanzas.
3. Motivar en el empeño por aprender. Es importante que el
niño perciba en su familia el interés por el saber. La motivación es un factor
determinante en el aprendizaje como ya ha sido estudiado. Las diferencias no
radican sólo en el carácter de los individuos, sino también en el modo cómo
hayan sido educados en sus familias, de la específica socialización familiar a
que hayan estado expuestos (valores, medios económicos, tipos de
socialización). Es importante que el niño despierte el “deseo de saber” en su
familia ante la multiplicidad de fuentes informativas.
4. Además, los profesores recuerdan a los padres el papel
tan importante que tienen en la creación de un clima facilitador del trabajo
intelectual. Un clima propicio para el estudio, de modo que se desarrolle en un
tiempo y lugar apropiado; es decir, fomentar el estudio así como la creación de
hábitos de trabajo intelectual. En especial, despertar la responsabilidad.
5. Prestar atención al tiempo de ocio de sus hijos. Se debe
ofrecer a cada miembro el modo y los medios para ocupar inteligentemente su
ocio, favoreciendo sus inclinaciones y sus gustos. Los padres deben tener
disponibilidad de tiempo para interactuar con sus hijos, no sólo orientada esta
relación a satisfacer necesidades biológicas, sino, también, y sobre todo, a
desarrollar capacidades cognitivas, disfrutar de la intimidad, el contacto y el
juego. La interacción íntima y lúdica es esencial para los hijos, ya que, en
ellas, se aprende a hablar, a escuchar, a tocar y ser tocado, a reír, a
expresar emociones, etc. La incomunicación puede tener graves consecuencias
para el niño, como el retraimiento, aislamiento, frialdad de trato o soledad.
Abogamos por vivir un ocio en familia cuando las edades lo posibiliten, tanto
en casa como fuera de ella; diseñar actividades en el hogar que estimulen el
desarrollo social y cognitivo de sus hijos y, educar en la “selección” de
ofertas.
6. Mayor atención al aprendizaje de normas en el ambiente
familiar.
Acostumbrados a cumplir las normas con “bastante
relajación”, los niños se muestran incapaces de ajustarse a un clima de mayor
control como es el escolar. Resaltar un concepto que no debe silenciarse: la
autoridad – etimológicamente la palabra proviene de un verbo latino que
significa algo así como “ayudar a crecer”-. Los muchachos, en período de
formación, tienen que ir asumiendo responsabilidades graduadas ya que no pueden
tratar de establecer, por sí solos, las normas que deben regir la vida familiar
y escolar. Savater llega a la siguiente consideración: “Si los padres no ayudan a los hijos con su autoridad amorosa a crecer y
prepararse para ser adultos, serán las instituciones públicas las que se vean
obligadas a imponerles el principio de realidad, no con afecto sino por la fuerza. Y de este modo
sólo se logran envejecidos niños díscolos, no ciudadanos adultos libres”.
Está en manos de los padres contener, controlar y poner límites a las presiones
de los hijos ya desde pequeños cuando éstas son constantes e injustificadas.
Constituye ésta una labor preventiva. En una reciente investigación realizada
por la
profesora Pérez Alonso-Geta, cuyo objetivo es conocer en
profundidad los valores y pautas de interacción familiar de la adolescencia, se
constata que el 43% de los padres encuestados pactan las normas de convivencia
con sus hijos, frente al 25% que no lo hace.
En la mayoría de los hogares los adolescentes participan en
la toma de decisiones “normativas”. Entre las principales causas de conflicto
en la interacción padres-hijos, se destacan la falta de esfuerzo e interés en
los estudios o en el trabajo (55,5%); le siguen las malas contestaciones,
salidas de tono, tacos (54,9%); ocupan el tercer lugar las salidas, horas de
llegada (37,8%), seguido de la falta de colaboración en las tareas de casa
(35,9%) y el consumo de alcohol o drogas (30,6%).
7. Atender a la orientación personal y a la educación sexual
de los hijos. Ambos aspectos requieren un clima afectivo en la familia. Ser
oportunos, evitar evasivas. Cualquier imagen, acontecimiento o noticia puede
ser ocasión para un diálogo, una reflexión y una orientación.
8. Educación en valores. El análisis de los valores y
actitudes familiares pretende definir qué valores son preferibles en la
interacción educativa. Cuando el niño pisa el aula como recinto formativo, gran
parte del bagaje cultural de grupo ya ha sido transmitido.
En el contexto familiar es donde el niño va a ir
configurando su propia jerarquía y, posteriormente, marcará sus relaciones en
la escuela, en los grupos de iguales y con otras instituciones. Parafraseando a
Rojas Marcos: “Las semillas de la
violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y se
desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia. Estas
simientes se nutren y crecen estimuladas por los ingredientes crueles del medio
hasta llegar a formar parte inseparable del carácter adulto”. La familia
debe responsabilizarse del aprendizaje de unos valores, creencias, actitudes y
hábitos de conducta, de modo que los individuos no se hallen “desarmados”, sin
criterio propio, frente a la diversidad de información y estilos de conducta
que ofrece de continuo el medio social. Muchos desajustes de la sociedad son
causados por las enseñanzas de los padres o por su carencia. Es difícil
anunciar lo que la sociedad valorará mañana, sin embargo, se puede afirmar que
la sociedad moderna necesita individuos que crezcan en valores como la
libertad, la tolerancia, la responsabilidad, la iniciativa, educar en la
importancia del largo plazo, de la reflexión, de tener tiempo para prever las
consecuencias que tendrán nuestras decisiones en el futuro (Alberdi y Escario).
9. Una cuestión importante en estos momentos es la elección
vocacional de los jóvenes (Casas). La primera influencia en la orientación de
su futuro personal la reciben de los padres y la comunidad inmediata (entorno
residencial), por delante de los amigos, medios de comunicación, profesores,
etc. La planificación del futuro profesional es una actividad que exige tener
en cuenta las circunstancias que rodean a las personas, tanto ambientales como
familiares. Pero, no sólo son importantes el nivel socioeconómico familiar y la
ubicación del domicilio familiar, se considera necesario profundizar en
aspectos de la dinámica familiar cuya influencia en la elección vocacional
pueda ser determinante, tales como el nivel cultural y los estilos de vida, las
actitudes de los padres ante su propio trabajo, las aspiraciones y expectativas
de éstos hacia sus hijos, el número de hermanos y el orden de nacimiento en el
núcleo familiar, el valor atribuido a la educación, las relaciones parentales,
los climas familiares, etc.
Extraído de
Familia, Escuela y Sociedad
Susana Torío López
Universidad de Oviedo