lunes, 7 de enero de 2013

Vínculos entre escuela, familia y comunidad


Siempre nos hemos manifestado en este blog por la necesaria alianza familia-escuela, que se traduce en una fuerte participación parental en las instituciones educativas, pero ¿Cómo evoluciona esta participación? ¿Cómo procurar que se profundice? ¿Cuáles son sus posibilidades?


¿Hacia dónde vamos en la participación de los padres de familia en la educación?
Mi interés por reflexionar sobre la participación social de los padres de familia en la educación proviene de tres fuentes. La primera la investigación sociohistórica, esto es, en torno al papel histórico de los padres de familia en la construcción de la escuela primaria. La segunda es mi experiencia laboral y personal, pues pasé de ser maestra rural federal a formadora de docentes en servicio, lo que me ha permitido mantener un contacto constante con los educadores, con los imaginarios, las concepciones y las prácticas que dan forma al tejido social de las relaciones entre maestros, escuelas, comunidad y padres de familia. La tercera es el constante cambio de rol que hago todos los días de investigadora a madre de familia que intenta participar en las escuelas de sus hijas.


Expuestos los antecedentes, inicio entonces con un acercamiento en torno al vínculo entre padres de familia, escuela, maestros y sistema educativo a partir de tres nudos problematizadores.


1. ¿Qué tan relevante resulta en México y en los países de América Latina la participación de los padres de familia en la educación?, ¿qué correlación existe entre dicha participación y la mejora educativa? Y aquí son pertinentes dos acotaciones respecto a estas preguntas. Primera acotación: en los países desarrollados se les atribuye a la familia y a la comunidad un peso decisivo en el logro escolar; esto se explica porque existen en forma más o menos generalizada mejores condiciones de vida, lo cual permite contar con una base común en el capital cultural de las familias. Bajo esta lógica, la familia y la escuela tienen un abanico de vínculos coincidentes. Segunda acotación: diversos estudios que abordan el tema de los factores que inciden en los magros resultados educativos en los países de América Latina, consisten en que estos logros de regular a bajo son efecto de lo que sucede en el entorno familiar de los niños. Por otro lado, la participación de los padres de familia y los mejores resultados educativos tienen como base también las condiciones sociales y económicas de las comunidades en las que residen, y son frutos de la efectividad o eficiencia de las escuelas.


Respecto a la familia, las variables que los estudios establecen y que se relacionan con los niveles de logro, los he agrupado en tres grandes bloques. En primer lugar, el conjunto de elementos relacionados con los bienes materiales que la familia posee, que van, por ejemplo, desde libros y computadoras, pero que evidentemente en las comunidades rurales indígenas es difícil brindar a los hijos. No obstante, cabe preguntarse entonces qué tipo de recursos hay en el lugar, con los cuales entra en contacto el niño para aprender, así como averiguar la infraestructura, los servicios de salud y la alimentación disponibles. Estos factores son importantes porque inciden en cómo los papás se involucran con los niños y se relacionan también con la posibilidad de estar cerca o lejos respecto a lo que la escuela requiere o dispone culturalmente y lo que las familias tienen. Otra de las variables simbólicas es la manera en que el hogar se organiza, es decir, si hay claridad con los roles. Entre las variables simbólicas también cobra un enorme peso el clima afectivo, si es un hogar donde el niño recibe afecto y se siente querido. Un tercer conjunto de elementos relacionados con la familia se refiere a la escolaridad de los padres, las estrategias de aprendizaje y los conocimientos previos adquiridos por los pequeños en la familia y a lo largo de su educación básica y cómo se involucran las familias o no en las tareas escolares.


Hasta aquí hay un conjunto de elementos muy complejos que agrupé en esta cuestión de lo material o lo simbólico y lo referido estrictamente a la escolaridad. A partir de ahí las combinaciones son múltiples y establecen una especie de mosaico que hablan sobre la manera en que la familia participa en la educación de los menores.


Respecto a la comunidad, las investigaciones señalan que las comunidades desorganizadas que viven procesos de cambio acelerado –con poco o nulo involucramiento en la escuela, con menos actividades comunitarias que refrenden el sentido de pertenencia y la identidad, con poca confianza en la escuela, con problemas de marginación y de inseguridad– tienen altas probabilidades de que este conjunto de elementos, donde la cohesión social está muy erosionada, impacten en el logro académico de los menores.


2. Entonces, el segundo punto es que mejorar las dinámicas educativas requiere considerar el vínculo entre familia, escuela y comunidad, justamente en este orden, en el cual la escuela queda como núcleo de articulación. Pero aquí falta una consideración más: cuál es el papel de los sistemas educativos en este vínculo que se ubica en el plano microsocial. Al respecto planteo las siguientes consideraciones y una hipótesis explicativa. En América Latina se estructuraron sistemas educativos centralizados y burocratizados, en los cuales la participación social fue un tema marginal. Pero también se presentó en el caso de algunos países de América Latina, que en el marco de Estados autoritarios o populistas interventores y/o benefactores se generó una escasa cultura de participación, o bien éstas pudieron adoptar formas corporativas u operaron por medio de un movimiento social de resistencia. Así, traemos un bagaje histórico que no podemos negar, en el cual el protagonismo ha dominado las intenciones de participación social en el último siglo. Sin embargo, con el advenimiento de las democracias en América Latina, los discursos y debates sobre la participación social en general han cobrado relevancia por dos vías: el Estado como promotor y los organismos que se han dedicado a promover la gestión de estas demandas específicas ante instancias gubernamentales.


Sin embargo, considero que los niveles de logro con que se evalúa el rendimiento escolar constituyen, en muchas ocasiones, una arbitrariedad cultural, generalmente acordes con un mundo de vida urbana en el cual las formas asociadas con lo indígena y lo rural son escasamente consideradas. Esto contribuye a ampliar la distancia entre lo que la escuela es como institución o núcleo de la operación de la política y los padres de familia. En el marco de este contexto, el problema reside en si es o no posible promover la participación social en la educación, la cual requiere de sistemas de educación flexibles y de un compromiso con la democracia.

La hipótesis que planteo respecto a la intervención de los sistemas educativos en la participación de los padres de familia en la educación es la siguiente: para que la participación social sea real en las escuelas se requiere que todos los actores aprendamos a participar en un marco de derechos y obligaciones, y seamos guiados por una convicción democrática, pero lo anterior requiere tiempo y paciencia, pues implica un cambio cultural, y también un sistema educativo flexible que avance hacia una verdadera descentralización.


3. Tercer problema: ¿pero qué es la participación social?, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la participación de los padres de familia en la educación? La participación social implica concebir la acción de los sujetos e insertar procesos de construcción, reproducción y transformación social, es decir, ubicada en contextos históricos y culturales heterogéneos. Desde esta perspectiva, en el caso de la educación es posible pensar en la construcción de tramas de participación, pero éstas deben ser diversas y múltiples, y tejidas en contextos temporales y sociales diversos, dentro de los cuales los actores hacen de las escuelas construcciones sociales con rasgos únicos, pero que a la vez son comunes porque son parte de una nación y de un sistema educativo. Las cuestiones expuestas nos llevan a pensar que el tema de la participación de los padres en la educación implica una identificación plena entre ellos y la escuela. Por lo tanto, se torna necesario definir los vínculos, límites y alcances de la relación entre el Estado, las escuelas y la comunidad y los padres de familia.


Si la escuela es el punto de encuentro en el que operan las políticas educativas y la participación social de los padres de familia se erige como necesaria para mejorar la educación, entonces, los padres deberían ser vistos como partícipes activos de un proceso no sólo relacionado con el aprendizaje de sus hijos, sino la forma en que los adultos debemos también aprender a participar dentro de una sociedad democrática. Se trataría de hacer tejidos finos entre lo global, lo nacional, lo regional y lo local, pero también en sentido inverso, de lo local a lo global.


Hasta aquí planteo los problemas intrínsecos. Aunque poseemos la herencia de una escasa participación social o de una participación corporativa, también tenemos una experiencia muy rica que en mi opinión es preciso reconsiderar. Por ejemplo, en el siglo XIX, antes de que existieran ministerios de la educación centralizados en América Latina y también en México, los padres de familia proponían a un miembro de la misma comunidad al que le tenían la mayor confianza para que inculcara a los niños y las niñas los conocimientos elementales; solían facilitar el local donde funcionaría la escuela y cooperaban para el pago de los maestros y de los útiles escolares.


Asimismo, los padres de familia solían responder a los llamados del párroco o de la autoridad municipal cuando ésta promovía la escuela y solían cooperar para sostenerla. En muchas ocasiones eran los padres quienes enviaban misivas a la autoridad para pedir la reapertura de la escuela, o bien, para pedir que se destituyera a un maestro por alguna razón específica. En pocas palabras, la participación de los papás era fundamental para la promoción y el sostenimiento de las escuelas. Y esta dinámica compensaba una débil y desigual presencia de las instancias de gobierno en el sostenimiento de los establecimientos escolares y la inexistencia de un sistema educativo nacional.

A medida que en el siglo XX los Estados nacionales se fortalecieron y crearon sistemas educativos rectores, la participación de los padres la regularon los gobiernos mediante los ministerios de Educación que fueron estableciendo; de manera simultánea, la sociedad se fue escolarizando y los países de América Latina pasaron de una población fundamentalmente rural a una urbana. En décadas más recientes, la mujer se incorporó de forma masiva al mundo del trabajo y la participación de los padres en la familia respecto a la crianza, la disciplina y la regulación de los tiempos de los hijos, se fue también desestructurando. Además, en la actualidad los tipos de familias se han diversificado y los roles de los padres se están reformulando.


Es importante hacer este tipo de consideraciones para imaginar cómo debe ser o dónde hay espacios para establecer vínculos con los padres.


A continuación presento mis ideas principales:

1. La participación social en la educación es un derecho y una responsabilidad.

2. La participación de los padres de familia en la educación implica lo formal, es decir, las normas, pero también lo informal, lo que se da en la realidad.

3. Implica lo que ya está instituido, es decir, la herencia que traemos, y debemos reconocer lo insustituibles que son estos proyectos.

4. Implica que debemos considerar a los padres como educadores directos de sus hijos dentro de la familia.

5. La participación social de los padres de familia se torna necesaria en el marco de cambios respecto al adelgazamiento del Estado, la desconcentración de la educación que, insisto, debería moverse más hacia la descentralización, la complejización de la sociedad civil, y la construcción de una cultura democrática.

6. Los programas destinados a la mejora de la educación en zonas indígenas y rurales o urbanas en condiciones de marginación requieren de apoyos para mejorar las condiciones de vida de las familias, y al mismo tiempo fomentar la participación de los padres y la comunidad. Es decir, la sola participación de los padres no mejorará la educación; necesita también que la estructura del sistema educativo apoye con los demás factores que gravitan y que se relacionan en forma estrecha con las condiciones de vida de las familias pobres.

7. La participación de los padres de familia constituye un elemento necesario, mas no el único, para la mejora de la calidad de la educación.

8. Y por último, la participación de los padres en la educación debe ubicarse en dos planos: la educación en el hogar y la mejora de la educación en la escuela.


Si la escuela es el punto de encuentro en el que operan las políticas educativas, y la participación social de los padres de familia se erige como necesaria para mejorar la educación, entonces, los padres deberían ser vistos como partícipes activos de un proceso no sólo relacionado con el aprendizaje de sus hijos, sino la forma en que los adultos debemos también aprender a participar dentro de una sociedad democrática.


Últimas consideraciones:

El éxito de la participación social implica un nosotros en tanto forma de educarnos. Es decir, quien promueve o motiva la participación social no debe asumirse como el experto, sino también como alguien que va a aprender y a participar en una relación horizontal.


La participación con los padres de familia se da en lo próximo, en lo cotidiano, bajo un diálogo donde se establezcan de manera explícita intenciones que originen proyectos.


La participación puede consistir en atender los citatorios de los directores y maestros; en que los padres informen, opinen, se quejen; en que los padres ejecuten y ayuden a llevar un oficio a la secretaría, al ayuntamiento, o también que se impliquen en los proyectos escolares. Otro principio que encontré es que la participación de los padres significa que se les informe, se les escuche, se les consulte, que dialoguen, que se tomen decisiones, que negocien, que se construyan consensos, que se compartan decisiones y que éstas las acepte la mayoría. Es preciso evitar que los maestros vean en los Consejos Escolares de Participación Social un cúmulo más de trabajo administrativo.


Otro conjunto de cuestiones se relaciona con estimar un abanico de posibilidades de la participación, sobre todo porque en las escuelas urbanas hay una distancia real entre los padres de familia, que en su mayoría trabajan, y la escuela. Esto implicaría la necesidad, insisto, de un currículo más flexible que dé cabida a tiempos, espacios y a la generación de proyectos que puedan relacionarse con estos asuntos escolares locales y regionales, y que los maestros tengan tiempo de promover la participación y enseñarse a construir consensos.


En suma, creo que hay un largo camino por andar, pero de entrada a quienes estamos aquí nos mueve un primer gran consenso en torno a dos puntos: la importancia de construir una sociedad democrática y la participación de todos, y que nosotros como educadores, la promovamos entre los padres de familia.



Autora
María Guadalupe García Alcaraz
Investigadora del Departamento de Estudios de Educación de la Universidad de Guadalajara; licenciada en educación media, con especialidad en ciencias sociales de la Escuela Normal Superior de Jalisco. Maestra en estudios regionales por el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, y doctora en educación por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

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