sábado, 6 de febrero de 2010

Nunca digas que no tienes tiempo

Más allá de cualquier juguete perdura el amor. El deporte, una vía para enrumbar la vida

El juego no solo es la forma en que nuestros hijos emplean el tiempo libre, también cumple una función formadora, porque crea hábitos motores y socializadores que les permiten relacionarse, aprender a departir en un ambiente sano.


Los tiempos han cambiado, la vida transcurre espoleada por la inmediatez que nos impone trabajar y a la vez resolver cosas perentorias para el hogar y la familia, e inmersos en esa vorágine no siempre le concedemos el espacio requerido a la recreación de los pequeños. En cambio —hasta por comodidad— preferimos retenerlos en casa viendo la televisión o pendiente durante horas de otro de los inventos del mundo moderno: los videojuegos.


Es más fácil sentar a un niño delante de una pantalla que acompañarlo al parque para que libere sus energías corriendo detrás de un balón o saltando una suiza, alternando con sus amiguitos. Muchas veces los adultos pretextamos: "¡Vengo muy cansado del trabajo, además, en la casa juegas sin peligro alguno!".


Los padres velan por la seguridad de sus hijos, pero también han de vivir junto a ellos esos momentos de esparcimiento, para enseñarlos, alentarlos y escucharlos, así sentirán el calor forjador de la unión.


Es innegable cuánto aporta al intelecto del infante ejercitarse con una computadora, pero tampoco está en tela de juicio el beneficio que a su salud física y mental ofrecen otras actividades, porque el estudio y la recreación ocupan un lugar destacado en su programa diario. Inclinarlos hacia el deporte les garantizará un futuro de nobleza, compañerismo, y los proveerá de una capacidad volitiva que los preparará mejor para la vida. Bien podríamos preguntarnos cuántos de nuestros laureados deportistas comenzaron su carrera simplemente jugando.


¿ENTONCES QUÉ?

Las formas de diversión de la niñez varían en relación con la época de sus progenitores. La cuadra donde resido siempre mostró dos características: la humildad de sus habitantes y una cantidad considerable de niños que jugaban en la calle a los escondidos, a los agarrados, o a "las casitas". Cuando se aburrían, empezaban a relatar sus más recientes aventuras (o maldades) hasta llegada la hora de dormir. Pocos contaban con juguetes, inalcanzables para el bolsillo de su familia, mas ello no les impidió disfrutar y crecer luego, en su mayoría, como profesionales de bien.


Ahora los juguetes están caros en las tiendas y hay que pagarlos en CUC. Pero ¿por ello disminuirá la atención al entretenimiento como parte de la formación de nuestros hijos?


Llevarlos a una función de títeres, un paseo por el Zoológico, una visita al Acuario Nacional, presenciar una función de La Colmenita, leerles un libro, asesorarlos en sus deberes escolares, incitarlos a practicar alguna actividad deportiva o cultural, contribuyen a moldear su espíritu. Asumir este reto entraña desterrar de nuestras mentes el "no tengo tiempo".


No se niega el valor intrínseco de un juguete, como tampoco existe nada en contra de la computadora y la televisión, más en el caso de la nuestra con su importante programación infantil. Sin embargo, por qué no explotar otras posibilidades. Ya en algunos lugares como en el municipio de Santo Domingo (Villa Clara), se aprecian modestos esfuerzos por impulsar industrias deportivas locales, que tributan equipos y uniformes —todavía en pequeñas cantidades— para varias disciplinas. Esa vía, que no descarta la fabricación de productos lúdicos, pudiera ser el inicio de un camino abierto a la imaginación.


Abandonamos ideas que requieren de pocos recursos para su realización. Pregúntenle a un niño de hoy qué es un Plan de la Calle y comprobarán su desconocimiento sobre esa iniciativa en la que los CDR reunían a los pequeñines de su entorno y pasaban una mañana agradable junto a familiares y amiguitos. ¿Qué impide ir a un campo deportivo y realizar competencias para determinar quién es el más rápido, el más hábil, el más fuerte? Ahí quizá habrá una fuente favorecedora del bienestar, y quién sabe si proveedora de talentos para empeños mayores en el alto rendimiento.


TIEMPO IRRECUPERABLE

La niñez, como las demás etapas, pasa, y disfrutar de nuestros hijos concede una satisfacción inapreciable. Después, cuando crecen y deciden su derrotero, si no los apoyamos al máximo cuando debimos, nos quedará el sabor de una obra incompleta.


No recogeremos mañana lo que no sembremos hoy. El amor, la dedicación, el esfuerzo cotidiano —salvo excepciones— se revierten en reconocimiento y consideración. Favorecer la comprensión, la confraternidad entre todos los integrantes de la familia propiciará a los benjamines de la casa un futuro enaltecedor, para ello sus padres sortearán cualquier obstáculo interpuesto entre cielo y tierra.


Fuente

http://granma.co.cu/

Autor

ALFONSO NACIANCENO


 

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