sábado, 16 de marzo de 2013

Los valores en la sociedad individualista y consumista

Los valores que una sociedad asume, en un determinado momento, se refleja tanto en la escuela como en el hogar ¿Son los que consideramos superiores? ¿Cuáles son los que consideramos más importantes? ¿Qué hacer entonces?


Vivimos en un contexto globalizado al que debemos adaptarnos para sobrevivir. La globalización supone una reestructuración vital, una exigencia de adaptación a nuevas formas de vida que pueden resultar, incluso, indeseables, inesperadas o, lo que es peor, impuestas.

El telón de fondo de esta situación es el capitalismo global o informacional, según el sociólogo Manuel Castells. Son signos que marcan la actualidad, entre otros, la generación de la riqueza, la acumulación de capital y una redistribución social injusta. Pero no podemos quedarnos sólo con la dimensión económica de la globalización.

Está también la dimensión cultural, personal y social. En definitiva, somos las personas quienes sufrimos las consecuencias de este proceso que más que homogeneizar, desiguala y selecciona, excluye y fragmenta.

Desde la dimensión personal y social, vivimos en una sociedad donde prevalece el “vivir al día” y satisfacer aquello que nos permite alcanzar la felicidad personal, concepto éste, el de felicidad, interpretado a menudo de forma física y hedonista y, en consecuencia, muchas veces consumista. De todas formas, el ideal de felicidad personal también lleva asociado otro nuevo contenido: el de conceder una importancia fundamental a la consecución de la propia realización personal. Todas las personas aspiramos a realizarnos como tales, aunque dicha “autorrealización” sea interpretada de formas diversas. En esta línea se constata un aumento de la preocupación por el cuidado del físico, el “estar en forma” y poseer un cuerpo atlético que guarde la proporción que la moda y la publicidad imponen. Precisamente esta preocupación por el físico ha minado la autoestima de muchas adolescentes y ha desatado nuevas enfermedades, cada vez con más pacientes, como la anorexia y la bulimia.

Por otra parte, se constata un mayor esfuerzo por conseguir que los entornos físicos personales –viviendas, vida cultural, lugares de ocio…expresen la propia personalidad y sean cálidos, acogedores y confortables. Con dicha finalidad, se equipan las viviendas con las últimas novedades tecnológicas que facilitan las tareas del hogar o proporcionan momentos de ocio de mayor sofisticación material. Se valora la naturaleza y se pretende la vuelta a ella, pero contando con las comodidades del progreso técnico. No se integra la naturaleza en el propio estilo de vida sino que “se consume” o “se utiliza” en función de lo que proporciona agrado o satisfacción.

Cada vez nos volvemos más individualistas, lo particular y lo personal adquiere mayor importancia que lo compartido o colectivo y, por lo tanto, disminuye la solidaridad. La desconfianza en “el otro” es otro rasgo característico que contribuye a reforzar la reclusión en lo privado, ejerciendo la capacidad de colaboración con lo propio y negándolo con lo ajeno.

Por suerte, esta tendencia coexiste con el creciente interés, compromiso e implicación de una parte de la población respecto a necesidades e ideales sociales que se pretenden solucionar y conseguir, que lleva a ofrecer a otras personas el propio tiempo de ocio y descanso con la finalidad de mejorar la vida de otras personas. El voluntariado es la una forma de asociacionismo que emerge en nuestros días con fuerza.

Por su parte, los medios de comunicación (televisión, prensa, etc.) y las tecnologías de la información y la comunicación (móvil, ordenadores, internet, etc.), propician las condiciones para que la persona se aísle del mundo que le rodea. Se están construyendo grandes brechas digitales entre los sectores de la población usuarias de esas tecnologías y las no usuarias. Como padres y madres debemos estar atentos a esta cuestión. No podemos permitir que la incomunicación entre padres e hijos se incremente, hecho que puede producirse si no nos interesamos por el “mundo virtual” de nuestros hijos.

En otro sentido, los medios de comunicación, en especial, la televisión han propiciado que la relación de la persona con su historia de vida sea una relación de consumo. No hay más que ver cuánta programación televisiva se emite donde se obliga a las personas a abrirse a las demás, a exponer su propia individualidad, donde incluso se llega a ridiculizar y atentar contra la dignidad de las personas. Nos convertimos en consumidores de la experiencia ajena. Nos dejamos seducir por este tipo de programas y nos convertimos, sin quererlo, en modelos. Debemos ser conscientes que los padres somos modelos a imitar en todos los aspectos de nuestra vida, también en la relación que establecemos con la televisión -¿qué papel juega en nuestras vidas?-.

En cuanto a la dimensión cultural, se está produciendo una tendencia hacia la homogeneización en el ámbito de los valores, por parte de la mayoría de personas. Cada vez “se comparten más cosas y las posiciones se acercan” (Andrés).

Nos percatamos de que la democratización ha llegado a todos los espacios de nuestra vida. Existe un mayor número de bienes de consumo asequibles para gran parte de la población, acompañado por un poder adquisitivo más alto y un sofisticado soporte de los medios de comunicación. Sólo hay que leer los periódicos de estos últimos días del año, donde señalan que los dos productos estrella de estas Navidades han sido las cámaras digitales y los teléfonos móviles con cámara ¿Cuántos de nosotros los hemos adquirido?

El consumo cultural también se ha incrementado. Ahora se asiste en mayor número y en más ocasiones a determinados centros y actos culturales, aunque nos siga costando incorporar la lectura como una de nuestras formas de ocio y distracción. Se ha estimulado el interés por la formación cultural. Podemos comprobarlo revisando la oferta de cursos sobre diversos temas –cocina, energía positiva, inteligencia emocional, cata de vinos, etc. que están realizando nuestros amigos y compañeros de trabajo, por ejemplo.

 Creemos importante resaltar otro elemento significativo en lo referente al consumo: se trata de la substitución de los lugares de compra tradicionales por los nuevos centros comerciales, las grandes superficies, que aglutinan tiendas diferentes y que, además, ofrecen lugares de encuentro y expansión –cines, juegos para niños, etc-. Sin duda, esto imprime un nuevo sello a las relaciones entre quien vende y quien compra. Se puede incluso llegar a prescindir de la figura del vendedor, como en el autoservicio. De este modo, en algunas familias la compra semanal o quincenal se ha convertido en un ritual festivo. La cara negativa de la cuestión es que pequeños comercios de barrio se han visto obligados a cerrar sus negocios, hecho que ha perjudicado, en parte, la vida social de los vecinos.

Además, podemos afirmar que se da una clara relación entre consumo, estilo de vida, valores e identificación cultural. La numerosísima oferta de productos, con sus connotaciones simbólicas y significantes añadidos, permiten que, con nuestra elección, expresemos nuestra forma de ser, nuestra identidad.

La expresión del propio sistema de valores determina o debe ir en consonancia con los productos por los que optamos. Nuestro estilo de vida se proyecta continuamente hacia el exterior, como por ejemplo, cómo vestimos, qué hacemos en los momentos de ocio, qué tipo de productos compramos para consumir, qué tipo de transporte utilizamos, son muestras claras.

Ante un mundo como el descrito, creemos urgente y necesaria una educación en valores que permita a la persona orientarse ante esa pluralidad, esa falta de referentes comunes, esa falta de claridad en lo que respecta a lo bueno y no tan bueno (Camps). Las personas debemos someternos a un proceso de autoconstrucción y desarrollo que nos permita orientarnos autónomamente con todas aquellas realidades, cercanas y lejanas, que platean conflictos e interrogantes tanto individuales como colectivos. Pero como no todo es igual de bueno o vale igual, la educación en valores debe desarrollar las capacidades de juicio que permitan a la persona pensar en términos de entendimiento y tolerancia, de justicia y solidaridad, comprender críticamente la realidad, así como fomentar también aquellas disposiciones que permitan hacer coherente lo que se piensa con lo que se hace, es decir, su juicio moral con su comportamiento. Pues es en el comportamiento, en la conducta, donde se manifiestan los valores.

 “La educación en valores debe desarrollar las capacidades de juicio que permitan a la persona pensar en términos de entendimiento y tolerancia, de justicia y solidaridad, comprender críticamente la realidad, así como fomentar también aquellas disposiciones que permitan hacer coherente lo que se piensa con lo que se hace”.

“Cada vez nos volvemos más individualistas, lo particular y lo personal adquiere mayor importancia que lo compartido o colectivo y, por lo tanto, disminuye la solidaridad”.

“Estamos ante el resultado de una sociedad de consumo postindustrial. No se consume algo por su función, sino, más bien, por los significantes añadidos que se le suponen, lo que viene a determinar también las relaciones sociales”.



Autora
María Rosa Buxarrais
Doctora en Pedagogía y Licenciada en Psicología
Universidad de Barcelona
En Revista Ceapa Número 76

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