¿Quiénes deben hacerse cargo de la Educación de las nuevas generaciones? ¿Solamente la familia, con ayuda de la escuela? ¿O la sociedad es también responsable? ¿Cuáles son las características de la familia actual? ¿Qué valores asume la sociedad? ¿Cómo se ve la relación entre familia y escuela?
Uno de los grandes desafíos actuales consiste en afrontar
los temas de educación y formación sin responsabilizar únicamente de ello al
sistema educativo. Ante una sociedad en cambio como la actual es necesario
reflexionar sobre el nuevo cometido de las dos instituciones educativas
tradicionales: la familia y la
escuela. La educación necesita “el diálogo” entre ambas
instituciones para buscar puntos de convergencia a la vez que delimitar
competencias y buscar cauces de comunicación e interrelación. A lo largo de las
presentes páginas recorremos las demandas mutuas de ambas instituciones con el
fin de lograr metas conjuntas. Se impone buscar formas de relación entre la
familia y la escuela, que permitan una comunicación fluida, una información
bidireccional y una colaboración de los padres en el contexto educativo.
“Los padres solos no
pueden educar a sus hijos, porque no pueden protegerlos de otras influencias
muy poderosas. Los docentes solos no pueden educar a sus alumnos, por la misma
razón. La sociedad tampoco puede educar a sus ciudadanos, sin la ayuda de los
padres y del sistema educativo. (...). Si queremos educar bien a nuestra
infancia, es decir, educarla para la felicidad y la dignidad, es imprescindible
una movilización educativa de la sociedad civil, que retome el espíritu del
viejo proverbio africano: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”
(Marina).
Un entorno cambiante:
familia y sociedad
La más elemental observación a los movimientos de nuestra
época nos hace pensar que todo está sometido a un cambio total: “Nada hay, parece, que merezca ser mantenido
y conservado” (Rodríguez Neira). Hasta el presente, se había vivido según
una estrecha franja de alternativas y modalidades, en un esquema estable,
reducido y limitado en cuanto a la familia, trabajo, ocio y uso del tiempo
libre. “Había pocas decisiones que tomar: era un mundo de alternativas
mutuamente excluyentes” (Naisbitt). En un período de tiempo relativamente
breve, esta cierta uniformidad ha estallado en multitud de opciones y estilos
de vida que afectan a todos los aspectos del comportamiento, extendiéndose la
idea de una sociedad de opciones múltiples a otros aspectos de la vida.
Naisbitt advierte esta multiplicidad de opciones en aspectos
como la familia, trabajo, ocio, religión e, incluso, en la diversidad de los
alimentos que existen actualmente. Así, la familia hoy, puede estar constituida
por un padre o una madre solteros con uno o más hijos, una pareja sin hijos, una
mujer que trabaje y un marido que se encargue de la casa, etc.; las opciones
del trabajo son variadas: horarios limitados, horarios flexibles, trabajo en
casa, trabajo parcialmente en casa y parcialmente en la oficina,...; en el
ocio, se encuentran múltiples opciones en la música, cines, teatros,...; en la
religión, cientos de sectas y de comunidades diversas independientes y un
creciente interés por las religiones orientales constatan este pluralismo; en
la variedad de los alimentos, tés de miles de sabores, productos exóticos que
han pasado de las tiendas de alimentos especiales a los supermercados, frutas y
verduras diseñadas con nuevos sabores. Todo esto es un reflejo de una sociedad
que rebosa diversidad, un momento lleno de desafíos, interrogantes y, también,
de grandes oportunidades.
En el ámbito familiar, el cambio, hoy, ya es un hecho. La
familia actual, con uno o dos hijos, tiene poco en común con los hogares que
incluían a parientes de todas las generaciones. De igual modo, los cambios han
afectado a las relaciones interpersonales, dando lugar a formas diferentes de
organización en la convivencia.
En las últimas décadas, estamos asistiendo a lo que Flaquer
ha denominado “segunda transición de la familia”, en fase inicial y balbuciente
en las sociedades más avanzadas, por lo que su naturaleza, desarrollo futuro y
destino es difícil de predecir. Podemos definir la familia postpatriarcal”,
modelo de esta transición, por el papel emergente que en él desempeña el
patriarca y cuyas potencialidades democráticas todavía están por explorar. El
querer delimitar rasgos y características de la misma no resulta nada fácil, ya
que no existe unanimidad de criterios respecto a qué rasgos definitorios pueden
concretar la misma.
Factores como los cambios ideológicos y legislativos,
aspectos demográficos de la familia, cambios en el proceso de formación de la
familia, la creciente incorporación de la mujer al trabajo, el divorcio, la
reducción del tamaño de los hogares, la prolongación del período de estudios,
etc., tendrían cabida dentro de lo que se podría considerar la familia
postpatriarcal o postmoderna. Pero hay una serie de valores más específicos que
afectan a ésta como consecuencia de los cambios y tendencias en los que se van
moviendo las sociedades desarrolladas. Pasemos a describirlos.
A comienzos del tercer milenio, nos encontramos en el
imperio de lo “light”: bebidas sin alcohol, café sin cafeína, carne sin grasa
y, de igual modo, se habla de una ética “light”, indolora, una especie de moral
donde no se imponen renuncias, ni sacrificios, ni deberes. Vivimos en una
sociedad alérgica a todo tipo de compromisos, sacrificios y renuncias, pocas
lealtades duraderas, una sociedad cargada de ofertas confortables y que no
exijan sacrificio. Ante tal situación, parecen imponerse síntomas que
evidencian un nuevo modelo de familia, la “familia light” (González Anleo),
donde se puede observar la pérdida de unas funciones y compromisos y donde no
hay renuncias, ni sacrificios, ni deberes.
Un signo distintivo de ésta segunda transición de la familia
es el incremento del individualismo. Parece existir un cambio en las
preferencias, orientado hacia una progresiva individualización. La necesidad de
un amplio espacio para lo individual está en conflicto, por ejemplo, con tener
hijos o, al menos, un cierto número de ellos, pues la convivencia en grupo, por
reducida que sea, implica ciertas renuncias.
El refuerzo de la privacidad es otro de los aspectos que
reflejan la importancia creciente de lo personal e individual. Lo privado,
personal, íntimo, es el ámbito propio de la familia, de las relaciones de
pareja y de las relaciones con los hijos. El proceso de privatización supuso la
creación de un espacio doméstico privado, cerrado hacia el exterior y donde las
relaciones internas van adquiriendo, cada vez, mayor densidad afectiva. La
familia se constituye en “gestora de la intimidad”.
La importancia del presente, la urgencia de las
gratificaciones inmediatas, domina la mentalidad actual. Estamos bajo el
imperio de lo efímero como dice Lipovetsky, máximo exponente de la postmodernidad. El
hombre postmoderno se encuentra sumergido en una red de sensaciones, estímulos
e informaciones, sin que exista un eje capaz de estructurarlo. Vivir el
presente, lo inmediato, inmerso en programas breves, en el estímulo de “vivir
el instante”, sin que interesen grandes proyectos.
El estilo de vida moderno se ha vuelto imprevisible e
impredecible. La necesidad de novedad, de conseguir nuevas sensaciones y
sensibilidades, de innovar, ha conducido a una civilización distinta de las
anteriores: en formas distintas de trabajar, de vivir y amar, donde “lo nuevo”
es lo que realmente se demanda. Las modas se suceden rápidamente, viviendo a un
ritmo trepidante. En una sociedad de ofertas casi infinitas, al menos en
cuestiones materiales, son demasiados los objetos a comprar, los países a
visitar, las actividades de tiempo libre entre las que se puede escoger. Las
industrias producen artículos, objetos y complementos de escasa duración, que
afectan a toda la
realidad. Es la sociedad del “tírese después de usado”, según Toffler. Pañales, servilletas y
pañuelos de papel, botellas, envases de cartón para la leche, ropa de papel o
de materia similar, lentillas para un solo día, etc., productos creados para
ser usados una sola vez o por breve tiempo, son, cada día, más numerosos y
cruciales para nuestro estilo de vida. El consumo se convierte, así, en una
fuente de tensión familiar que afecta tanto a jóvenes como adultos y ancianos.
El modelo de consumo establece cambios incesantes en la ropa, la decoración, el
“zapping” del televisor, cambio de imagen, de trabajo, de domicilio. “El consumo es velocidad, impaciencia y
continua simulación de renacimiento” (Verdu).
Todos estos factores “externos” inciden directamente en la
vida escolar y familiar y se constituyen en una de sus preocupaciones. Se ha
originado una escala de valores radicalmente distinta y el sentido del tiempo y
la seguridad acerca del futuro ha cambiado enormemente en la sociedad actual.
Cabe citar un texto de Julián Marías, en el que sintetiza cuánto supone la
tarea de comunicar al hijo, “función narrativa”, que han de ejercer los padres,
lo que él denomina la adquisición del “espesor histórico”; es decir, la
transmisión de valores que introduce al niño o niña en un mundo que es
histórico. Aunque la cita sea larga, nos parece que merece la pena no omitir
nada:
“Cuando mi padre
contaba recuerdos de niñez, cuando hablaba de su padre, de su abuelo, a quienes
no he conocido, cuando hablaba de episodios de la segunda guerra carlista, me
introducía en un mundo histórico [...]. Esta función produce en el hijo un
espesor histórico que es lo contrario de la descapitalización que se está
produciendo de una manera absolutamente aterradora en las sociedades actuales,
en la que los jóvenes viven en un mundo que no tiene apenas espesor, que es
puro actualismo. Y esto no solamente por la conversación, por el diálogo, por
la presencia de los padres, sino por la ausencia, actualmente, de cosas
materiales, de lo que me acuerdo que llamé en un artículo hace muchísimos años
el fondo del arca. Aquellos viejos armarios de las casas antiguas, de donde
empezaban a salir cosas olvidadas, de las cuales no se acordaba nadie, pero
que, al irlas sacando, empezaban a evocar cosas del pasado de los padres, de
los abuelos y constituían un mundo en el cual participaba el niño, adquiriendo
espesor histórico”.
Cuando los padres cuentan cosas, consiguen inyectar en los
hijos su propia realidad. Este aspecto puede estar perdiéndose en la actualidad,
debido a la lejanía de los abuelos, en muchas ocasiones, o a la dejadez o
rapidez en las vidas de las familias actuales. En las sociedades actuales, en
las que se vive en un mundo que no tiene apenas espesor, sino puro actualismo,
se puede perder esa transmisión de las pautas de comportamiento, de ordenación
de la realidad, de preferencias entre generaciones, de que el nuevo ser quede
vinculado a su familia. No hay posibilidad de identificación, si no hay
presencia, contacto y encuentro entre padres e hijos.
Familia y escuela:
demandas mutuas
En la actualidad, familia y escuela se hallan en un período
nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que no
se deben al azar. Tradicionalmente a la familia y a la escuela se les ha
asignado la función de ser transmisoras de los conocimientos que los individuos
jóvenes necesitan para la vida futura, así como de la socialización en las
normas y valores. Sin embargo, vivimos un período en el que las instituciones
tradicionales se muestran poco capaces de transmitir con decidida solvencia
valores y pautas de conducta. Son dos realidades que escasamente se influyen
entre sí. Una paradoja parece darse entre la escuela y la familia: “en la mayor parte de los casos, la escuela
no encuentra a la familia cuando la convoca, a la vez que la familia no siempre
tiene un lugar en la escuela, cuando está convencida de que es imprescindible
su participación en ella” (Ianni y Pérez).
Hoy en día se tiene la sensación de que ser padres es una
tarea complicada, difícil, ya que no sirve la improvisación y se exigen
destrezas específicas. No se puede educar como se hacía en el pasado, porque
las situaciones son nuevas y los esquemas anteriores no valen. Los padres, con
frecuencia, se encuentran desamparados antes situaciones nuevas que ellos no
vivieron en sus familias. Cuestiones sobre: qué y cómo hacer con los niños y
los adolescentes, cómo orientarles con relación a su profesión futura, cómo
abordar los problemas que plantean, cómo controlar sus amistades, cómo
inculcarles valores, etc., representan el contenido de lo que para los padres
actuales constituye la educación y aparece lógicamente como una preocupación
inmediata. Se advierte “cierta perplejidad” bastante extendida, un “no se por
donde tirar”, en medio de una sociedad heterogénea en opciones, valores y
estilos de vida. La tarea de ser padres precisa de una seria y permanente
formación aunque, paradójicamente, sea el único “trabajo” para el que no se
exige ningún tipo de aprendizajes previos.
Por su parte, la escuela también ha cambiado. De ocupar
apenas un discreto lugar en la vida de las personas, ha pasado a absorber la
niñez, la adolescencia y buena parte de la juventud. La escuela
ha tenido que realizar muchos cambios en el ámbito de la organización, de
currículum, programación, evaluación, etc. para, cumpliendo la ley, dar
respuesta a una población muy heterogénea y diversa, así como a toda una serie
de problemas y situaciones que se presentan en la actualidad. Pese
a tener el mejor sistema educativo, a los profesores con una mayor preparación
y unas dotaciones financieras y materiales impensables hasta hace muy poco
tiempo, prevalece un sentimiento de crisis e, incluso, un generalizado
desconcierto entre los profesores y los padres/madres de los alumnos. Así,
algunos de los problemas que están emergiendo de una forma significativa en
todos los centros de secundaria y, también, en los de primaria, hacen
referencia a los problemas de conducta, de inadaptación escolar y social, de
disciplina y violencia escolar, de tolerancia y discriminación entre iguales,
de consumo de drogas y conductas antisociales, de absentismo, etc.
Debemos partir de la aceptación insalvable de que escuela y
familia son insustituibles en educación. La labor educativa sería más fácil y,
a la vez, más eficaz, si ambos mundos encontrasen caminos de interacción. Es
inviable su separación, tienen la necesidad de coordinarse y deben lograr metas
conjuntas: el principio de “responsabilidad compartida de la educación”. “(....) la escuela sola y sin la
colaboración de las familias obtendrá pobres resultados en comparación con los
que pueden lograr si ambas instituciones actúan conjuntamente; la familia sola,
sin actuar coordinadamente con la escuela también estará limitada en sus resultados,
además de provocar contradicciones en los procesos formativos de los niños y
adolescentes” (Vázquez, Sarramona y Vera).
Extraído de
Familia, Escuela y Sociedad
Susana Torío López
Universidad de Oviedo
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