Los siguientes párrafos,
extraídos del libro "Educar sin gritar", nos ayudan a reflexionar sobre la importancia de tener
la capacidad de perdonarnos a nosotros mismos, en el camino de ser mejores
padres.
“Si nuestro hijo tiene
problemas, será porque algo habremos hecho mal nosotros”. Algunos padres se
repiten esta idea una y otra vez, mientras sus dudas no paran de crecer. La
aparición de conductas problemáticas en el hijo suele llevar a sus padres a
preguntarse en qué han fallado:
• ¿Deberíamos haber pasado más tiempo juntas?
• ¿No le demostramos
suficientemente nuestro afecto?
• ¿Teníamos que haber
dialogado más?
• ¿No supimos hacer
valer nuestra autoridad?
• ¿Deberíamos haber
sido más severos?
• ¿Puede ser
consecuencia de los problemas en nuestra relación?
• ¿No supimos
entenderlo?
• ¿En qué nos
equivocamos?
Algunos padres no necesitan ni tan siquiera del reproche del
hijo para sentirse culpables.
Aunque a veces se
pierdan los nervios y se llegue a hablar mal a los hijos, en la mente de éstos
no sólo quedan hechos puntuales, sino también el sentir del día a día. Somos
seres humanos, y no somos infalibles. Es natural perder la paciencia en
ocasiones, pero esto no significa que uno se autocalifique como «mal padre» o «mala madre». El hecho de darnos
cuenta, tomar conciencia de que podemos avanzar en el autocontrol, y el deseo y
la intención de hacerlo mejor, son elementos muy importantes, y a veces casi
suficientes para que se produzcan los cambios deseados.
Los sentimientos de culpa difícilmente contribuyan a mejorar
la situación, y ayudan poco a la hora de buscar soluciones. Habitualmente lo
que hacen es empeorarla y terminan por enturbiar la relación. Sumergen
al progenitor en la inseguridad y lo convierten en rehén de su propia
culpabilidad. El hijo, aunque esté descontento también con la situación, puede
incluso aprovecharse de ella.
En no pocas ocasiones se pierde demasiado tiempo y energía
poniéndose a la defensiva, buscando justificaciones o echando la culpa al
cónyuge, al hijo o a la «juventud de hoy». A perdonar se enseña perdonando,
comprendiendo las equivocaciones, disculpando los errores. Es difícil perdonar
a los hijos cuando el nivel de exigencia e intransigencia es desproporcionado.
E igualmente será difícil enseñarles a disculpar también a los demás si los padres no son capaces de
perdonarse a sí mismos por sus errores.
Los padres no son infalibles. Son seres humanos que pueden
equivocarse. Pero en el propósito de la mayoría está el abordar la tarea
educativa con la mejor intención posible. Es necesario reducir esa acusada
tendencia a la culpabilidad con la que muchos padres pierden todo un caudal de
energía que podrían aprovechar para poner remedios, cambiar y emprender nuevas
prácticas educativas.
De
Educar sin gritar, de Guillermo Ballenato. Editorial El Ateneo.
1 comentario:
Material de cooeducación muy útil Alberto. Muchas gracias, Mila
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